Cal viva

A mis hijos les explico quien era Miguel Ángel Blanco, de donde eran sus asesinos y cómo se escondían sus cómplices

Hace mucho tiempo que se acabó, pero es que hay cosas que nunca se olvidan, por mucho tiempo que pase», decían Los Nikis allá por 1985 en su sencillo 'El Imperio Contraataca' (sic.), convirtiendo una gamberra oda historicista en todo un himno generacional.

Pasado mañana ... se cumplirán 25 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco a manos de unas ratas asesinas que ni siquiera merecen ser identificadas por su miserable nacionalidad, cualesquiera que sea la definición de ese vocablo. Aunque si siguiéramos el discurso de Los Nikis quizás sí deberíamos recordarla, al modo en que Hannah Arendt denunciaba aquella perversión lingüística que sustituyó el término 'alemán' por el de 'nazi' para referirse a los responsables de crímenes abominables contra el género humano. Política que triunfó pese al aluvión de pruebas que evidenciaban que aquellas perversiones no hubieran sido posibles sin la acogida, el acomodo y la complicidad del pueblo que, no es que apartara la vista de lo que sucedía, sino que lo contemplaba y lo admitía.

Evidentemente, ningún beneficio aporta mantener la tacha permanente sobre un criminal. A la postre, se evitaría la posibilidad de regeneración que toda persona tiene por el mero hecho de su existencia, por mínima que fuera; y la sociedad perdería la oportunidad de integrar a un miembro que pudiera aportar algún tipo de valor a la misma. La Historia nos ha dado claros ejemplos de ello: los alemanes han pagado sus deudas con su ingenio, laboriosidad y el cultivo de una humildad con la que han transformado la vergüenza nacional en un sentimiento de simpatía –y admiración– generalizado en todo el mundo. Hoy nadie recuerda que posiblemente alguno de esos entrañables jubilados sonrientes, rollizos y sonrosados que pueblan nuestras costas fabricaban lámparas con piel humana arrancada en vida a jóvenes chicas judías. Afortunadamente, la superación del pasado nos ha hecho ganar unos ejemplares gestores europeos y olvidar los horrores que fueron capaces de perpetrar.

Patrones similares pueden encontrarse respecto a otros pueblos. La ya citada Arendt ilustraba, en su recomendable obra 'Eichmann en Jerusalem', que las atrocidades justamente atribuidas a los alemanes eran también ejecutadas por croatas, rumanos y ¡ay! ucranianos, entre otros. Y no es el único ejemplo, pero sí –probablemente– el más relevante en cuanto atañe a desvelar la complicidad de una ciudadanía con el desenfreno criminal de sus dirigentes y al modo en que se ha superado el pasado difuminando la identidad nacional de los asesinos para su eficaz reinserción en sociedad internacional.

No obstante, a pesar de esa política de diluido lingüístico, nadie sensato ha osado borrar de los libros de Historia cual fue el germen y el desarrollo de aquel horror ni quienes lo protagonizaron. Por el bien de la Humanidad.

Mientras, en España, asistimos perplejos, silentes y, por ende, cómplices, a la mayor ignominia perpetrada por la mafia política en nuestros 44 años de Democracia, protagonizada estelarmente por un inmoral jefe de gobierno indigno de cualquier beneficio penitenciario: el borrado de ETA.

Por eso a mis hijos les explico quien era Miguel Ángel Blanco, de donde eran sus asesinos y cómo se escondían sus cómplices cuando las personas de bien se lanzaron a cazarlos como a ratas. Lástima que no se sellaran sus madrigueras. Para siempre.

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