Valentía roja
Lo sueltan en un tuit y consiguen miles de impresiones, demostrando más habilidad que un servidor
Los comunistas llaman imbéciles a los obreros que votan a la derecha. Lo sueltan en un tuit y consiguen miles de impresiones, demostrando más habilidad que un servidor. Llevo años calificando con propiedad a aquellos que, sabiendo leer y escribir, ondean con orgullo una hoz ... y un martillo, instrumentos que, allá donde han segado y golpeado, han arruinado naciones enteras y acabado con la vida de cien millones de personas a lo largo y ancho de todo el mapamundi. Sin embargo, solo logro que los cuatro amigos de siempre ejerzan la buena obra de ese día con un simple «me gusta» o, en el mejor de los casos, una reseña.
Los comunistas, en España, siempre han destacado por su valentía y solidez de sus principios. Durante la Guerra Civil sembraron el terror en la retaguardia y comandaban pelotones que se dedicaban a asesinar a peligrosos niños, mujeres y religiosos. Era tanta su aversión al frente, que preferían matar el tiempo liquidándose entre sí (como sucedió en Cataluña, donde exterminaron al POUM) ante la evidencia de que había demasiadas moscas para tan poco pastel. En la Transición, aceptaron sin rechistar la bandera bicolor y la forma de Estado como Monarquía Parlamentaria. Aquello sucedió en las vísperas de su legalización, el 9 de Abril de 1977. Siempre he creído a pies juntillas que este fue un gesto de responsabilidad con el país y la Democracia y jamás pensaría que les movía un pronóstico de sacar ninguna tajada de los presupuestos generales del Estado tras las elecciones generales que se celebrarían dos meses después. ¡Eran gente de principios, por Dios!
Ya en plena Democracia continuaron dando muestras de coherencia en la defensa de sus valores cuando -tras la caída del Muro de Berlín y las imágenes televisadas a todo el mundo, en las que se veían miríadas de ciudadanos huyendo del paraíso comunista, los horrores de Ceacescu y cómo se las tomaban los Ejércitos del Pueblo cuando a ese Pueblo le daba por querer ser demócrata-, cambiaron raudamente sus siglas y símbolos, ocultaron las herramientas de corte y demolición y se aglutinaron con formaciones menores con ánimo de subyugarlas en un conglomerado que llamaron «izquierda unida» porque «Nos Da Vergüenza Seguir Llamándonos Comunistas» quedaba demasiado subcampeón en un cartel electoral.
Es cierto que ganaron una impronta, impropia, de seriedad y rigor cuando don Julio Anguita dirigió la formación, pero tras su desgraciada dimisión por cuestiones de salud, volvieron a prestar un servicio impagable al obrerismo internacional cuando se aventuraban en la vanguardia de las políticas locales, como la defensa del carril bici o la beligerante solicitud de inclusión de la gallina andaluza sureña en el Catálogo Oficial de Razas de Ganado (hace hoy, sábado 22 de abril, día en el que escribo este artículo, cinco años de que se publicara esa gloriosa noticia). Partido Comunista: de la Dictadura del Proletariado a la defensa de la gallina andaluza. Gran eslógan en estos tiempos de perroflautismo institucionalizado, no me lo nieguen.
Hoy, aquel partido toca el cielo de los ateos. Tras numerosos y azarosos avatares, disfraces y coaliciones variadas, ha alcanzado el logro de tener un millón de votantes repartidos por todo el territorio, antaño Nacional, y catapultar a la cabeza de un ministerio inservible a un tipo que no contratarían como repartidor en ninguna pizzería. El triunfo de los parias de la Tierra. Un éxito.
Todo esto viene como reacción a la enorme demostración de decoro que ofreció la cuenta de «izquierda unida» cuando, hace unos días, publicó en redes sociales la noticia de la próxima profanación de la tumba de José Antonio Primo de Rivera, con un comentario tan elegante y decente como «José Antonio, calienta que sales».
Comprendo la inquina. La obra del difunto (en cuyo nombre se construyeron cuatro millones de viviendas de protección oficial, se dieron derechos laborales inexistentes, se creó la Seguridad Social y se buscó la Reconciliación Nacional) no puede ni debe ocultar la gran labor y el servicio incalculable que estos soldados de la Revolución Internacional han prestado a las familias españolas recomendando dietas veganas desde la moqueta de sus palacios rojos.
Por eso quieren quitar las placas y borrar su memoria. Y lo hacen como solo saben realizar estas hazañas: cuando el contrario está muerto y enterrado.