Vacaciones
Este año, pocos serán los afortunados que puedan disfrutar de un soñado y merecido verano libre de las privaciones de los dos anteriores
Este año, pocos serán los afortunados que puedan disfrutar de un soñado y merecido verano libre de las privaciones de los dos anteriores. Entre la situación económica general, la prudencia y salvaguardia lógica frente a los vaticinios de lo que se nos viene encima, la ... incertidumbre sobre un giro inesperado de la guerra en Ucrania y el persistente resquemor a un cambio repentino de la situación sanitaria (el sábado mismo ya nos dio la OMS la alegre noticia de una nueva alarma por la viruela del mono), la gente se está haciendo a la idea forzosa de quedarse en su casa o, como mucho, refugiarse unos días en la de su cuñado.
Según las estadísticas recientes, casi un 40% de españoles no pueden irse de vacaciones una sola semana ni afrontar siquiera, si ese fuera el desdichado caso, un gasto extraordinario de 750 euros. Son datos que consulto en internet, a la par que rememoro cómo vivíamos recién comenzado el siglo y la cantidad de veinteañeros que sin formación, vocación ni cuna -aunque con las manos reventadas- se gastaban ese dinero una noche de sábado y farra durante el mandato de José María Aznar al frente del gobierno.
¿Recuerdan? Podía uno comprarse una casa donde atender a su familia y pagar la correspondiente hipoteca sin cuestionarse donde estaba el engaño. Había trabajo, se ganaba dinero y existía una sensación de seguridad porque su casa era un activo revalorizable. Muchos menores de edad abandonaban sus estudios y se subían a un andamio, ganando mucho más dinero que los médicos y abogados que los atendían cuando sufrían un percance. Pero no había reproche, porque aquella mina del ladrillo daba de comer a España entera y la hizo más receptiva y cosmopolita.
Llegaron cientos de miles de inmigrantes hispanoamericanos y se integraron con nosotros -sus hermanos- sin apenas incidentes, salvo algún caso aislado rápidamente controlado por la Policía. No vinieron a pedir, sino a trabajar. Aquí enraizaron y tuvieron descendencia, que ejercía más españolidad que muchos portadores «natos» del DNI. Y, currantes como pocos, coparon la mayoría de empleos que entonces se desechaban por su escasa valía, visto según los parámetros de la época, pero que ahora valoramos como indispensables. Miren, si no, a su alrededor y pregúntense cómo podrían apañárselas sin ellos.
Aquello pinchó de manera estruendosa. Y, por más que uno quiera informarse y trasladar a quien quiera enterarse que el responsable del estropicio no fue el tío del bigote, ni Rato, ni ningún mindundi venido a más por efecto del enchufe y el Campari, sino cuatro niñatos ambiciosos de Wall Street, es una batalla perdida. Todo apuntará al marido de la elocuente Cup of Café con Leche y quien ose negarlo recibirá el tratamiento de «Fasha» oficial.
Gracias a Dios, hemos superado esa fase de nuestra historia y hoy en día disfrutamos, tanto en España como, particularmente, en Cádiz, de gobiernos ejercidos por gente decente, que trabajan duramente para devolvernos la dignidad y los derechos perdidos y cuyo empeño es que nadie, nadie, se quede atrás. Llevan 4 y 7 años, respectivamente, en esa línea. Y los avances son considerables. Las mejoras son evidentes y debemos recompensar el esfuerzo.
Adivine quién sí se va a ir de vacaciones, querido lector… A su costa, por su supuesto.