Opinión
La Universidad
Si al Instituto le debo el gusto por la novela y los Clásicos, a la vida universitaria -y el intercambio de ideas con mis dispares, que no al profesorado- le debo el justito conocimiento que, a través de ensayos, pueda tener sobre campos como la filosofía, la psicología, la antropología o la historia
La mención del Cojo Manteca dejará fuera de onda a lectores que aún no hayan alcanzado el medio siglo, si es que hay alguno (y lo digo sin ironía, como luego matizaré). Para el resto, rememora la revuelta estudiantil del año 1987, aunque el punki ... que se hizo famoso destrozando farolas con la muleta tuviera de estudiante lo que servidor de socialista.
Les pongo en situación de manera resumida: el gobierno de Felipe González quiso introducir una serie de reformas en el sistema de acceso a la universidad que no convenció a nadie y aquello obtuvo, como consecuencia inmediata, una auténtica revolución, protagonizada por chavales menores de edad (estudiantes de bachillerato y de Formación Profesional), que tomaron las calles y se enfrentaron a fuerzas de policía que llegaron a disparar con munición real y herir a un chico de 14 años. Un conflicto que causó estupor en las filas del partido de los 'cien años de honradez' porque, desde 1968, no se conocía nada igual. Y aquella vez la chavalería no se enfrentaba a unos mindundis, sino al Gobierno del General Franco.
Posteriormente se han sucedido en nuestro país varias 'agitaciones estudiantiles' con mayor o menor incidencia y con dispar sentido político. Ahora bien, todas han tenido un común denominador: se han realizado contra el poder establecido, cualquiera que fuese quien gobernara en un momento u otro. Servidor ha participado en todas las que se sucedieron a lo largo de su vida académica y recuerda con especial sentimiento la movilización contraria a la Primera Guerra del Golfo. Más que nada, porque protagonicé una portada de la Competencia luciendo un cartelito apresuradamente manufacturado donde se leía 'No a la Guerra' mientras me sentaba con mis compañeros de mi querido Instituto Columela, en medio de la Avenida, luciendo unas gafitas de estilo John Lennon. Muy propio todo.
No fue aquella, realmente, una rebelión en protesta por la intervención militar como respuesta a la invasión de Kuwait. Todos teníamos bastante claro que «la defensa de los derechos humanos» no era el valor supremo que se trataba de defender en aquel rincón multimillonario, como igualmente compartíamos que resultaba incontestable que cualquier agresión o invasión merecía una respuesta contundente. Ahora bien, nuestra encrucijada era otra, pues lo que realmente nos preocupaba era que, en semejante escenario, el gobierno socialista enviara tropas -que en aquel momento eran de reemplazo (es decir, de milicianos obligatorios por ley)- a combatir y morir por una causa que no era la nuestra. Teníamos las ideas muy claras.
Ideas heterogéneas, sí, cambiantes -como corresponde a la fase- y posiblemente precipitadas en algún caso. Pero lo que no se podrá negar jamás es que todas ellas venían formadas por un fondo de inquietud, rebeldía y lectura que alimentaba nuestra desazón por lo que acontecía alrededor. Recuerdo, como anécdota, una crítica de un profesor de la Facultad que nos reprochaba que perdiéramos tanto tiempo leyendo «cosas ajenas al Derecho» en lugar de centrar nuestra atención en los maravillosos y entretenidos universos de la doctrina administrativista española.
Raro era el día que un compañero no llevara el periódico del día en la mochila. Imposible, el hecho de que no se discutiera lo mentado en una tertulia radiofónica de la noche anterior o de lo oído en el coche por la mañana de camino a la facultad. Y pocas eran las conversaciones de cafetería donde no se compartieran las lecturas de cada uno. Si al Instituto le debo el gusto por la novela y los Clásicos, a la vida universitaria -y el intercambio de ideas con mis dispares, que no al profesorado- le debo el justito conocimiento que, a través de ensayos, pueda tener sobre campos como la filosofía, la psicología, la antropología o la historia y con los que me apaño para poder sostener mi pobre paso por el mundo sin que otros me dirijan los pasos.
Desgraciadamente, nada de eso sucede hoy. Tuve ocasión de contrastarlo recientemente, ante un grupo de dieciséis graduados en Derecho que confesaron -sin atisbo de pudor alguno- que no leen la prensa, permanecen ajenos a la información radiofónica y desconocen, casi literalmente, el significado de la palabra 'telediario'. Les mencionas los casos 'Bankia', «farmacéuticas» o 'Volkwagen», por poner un ejemplo, y solo obtienes cara de pez.
Si este es el bagaje de un estudiante de Derecho, solo plantéese cuál será el de un químico, un geólogo o un ingeniero industrial. Quizás solo así pueda entenderse que, en lugar de tomar las calles y poner en brete a un gobierno que les asegura un futuro de miseria, solo salgan de acampada para defender a unos terroristas que los lapidarían, colgarían, violarían, degollarían, mutilaran y usarían como teas vivientes frente a un Estado que -aunque salvajemente atacado- sería el único capaz de garantizarles la seguridad, libertad y bienestar que disfrutan en estos días de fiesta.
Y estos son nuestros gobernantes de mañana. Entre estos y los que vienen al asalto... Que Dios nos coja lejos. Ahora bien, solo un consuelo me dejaron: todos conocían el asunto de los ERES, las putas, la cocaína y el partido socialista.
No todo está perdido.