Opinión
El tonto del pueblo
«Es mentira que los catalanes desprecien a los andaluces»
El pasado Miércoles Santo, al pasar por El Cañón para tomarme lo preceptivo entre paso y paso, me encontré con un conocido muy apreciado que me sorprendió aplaudiéndome por el artículo del lunes anterior y comentándome, jocoso y exagerado, que «un día de estos ... me matan».
Siempre es agradable encontrar gente que se declara lector y fiel seguidor de esta columna -lo que para mí continúa siendo una sorpresa- pero la verdad es que la celebración sobre el calibre del artículo, medida en el número de dianas con mi careto estampado, me dejó dubitativo. Es cierto que a servidor le gusta tocar los fondos de todo y de todos -ustedes darán fe- pero… ¿tanto retuerzo las rosquillas?
El caso es que, hasta ahora, continúo indemne y libre. Lo segundo se lo debo al director de este periódico. Lo primero, posiblemente a mi Cristo de la Buena Muerte, a la Señora de la Paz de Medjugorje o a San Nicolás de Bari. Pero tengo bien claro que, de la de hoy, no me salva ni La Moreneta. Ahora bien, como resulta inevitable que la cabra tire al monte y como ya adivinan la importancia que le doy al chiste que resultará de la primera proposición de esta frase, allá voy: es mentira que los catalanes desprecien a los andaluces.
Desde el mes de octubre de 2017 (la lotería no me toca, pero puntería no me falta para marcar los hitos de mi vida) llevo compartiendo mi vida entre Cádiz y Barcelona, desde donde hoy escribo. Es esta una tierra muy complicada para granjear amistades y nada tiene que ver esa dificultad con nuestro carácter y mentalidad, sino precisamente con la suya.
Durante este tiempo, además de haberlo hecho con paisanos, he compartido momentos y charlas con gallegos, castellano-leoneses, madrileños, aragoneses e incluso alemanes, que llevan años afincados aquí. Todos sienten la misma incomodidad y dificultad. Que -todo sea dicho- es menor que la que se siente al pretender hacer amigos en Sevilla sin tener apellido compuesto, por ejemplo.
Es cierto que resulta difícil acostumbrarse a tomar un café con un compañero de trabajo y ver cómo el tipo deja pagado el suyo como si «eso» fuera lo natural. Y aún más si al entrar en cualquier sitio previamente ocupado des los buenos días y los presentes reaccionen como si se tratara de una agresión.
Pero, siendo honestos, debo manifestar que a mí me han acogido con los brazos abiertos en cada puerta a la que he llamado. Quien me conoce sabe que mi acento no es burgalés y que carezco de filtro. Sin embargo, mostrándome como soy, solo he recibido simpatía y facilidades en todo plano, personal y laboral. Y ya puestos a saber de mí, habrá muchos que puedan jurar que no soy, precisamente, flexible y genuflexo.
Ahora bien, lo que no se me ocurre es venir a faltarles al respeto ni a menospreciar una de las señas de identidad de cualquier pueblo. Una cosa es que yo piense que el catalán es un idioma cuyo aprendizaje es absurdo (como podría decirlo del islandés, el noruego, el holandés o el flamenco) y otra es menospreciarlo públicamente. Y si, además, estás lampando por entrar a formar parte de la nómina funcionarial de esta región que, según la Constitución Española -nos guste más o menos y a mí poco- es bilingüe, hacerlo es, sencillamente, estúpido.
Esta pasada semana se ha disparado el avispero con el asunto de la parodia de la Virgen del Rocío. Miren, no seré yo quien defienda la valentía o el sentido del humor (inexistente) de esta gente, pero deben saber que esos tipos sin gracia alguna han parodiado varias veces a la Virgen de Montserrat con igual grosor, tan característico de estas lindes y que entre la gente de bien de «aquí» ha sido tan criticado como en la de «allí».
No crean que aquello que tanta repercusión ha querido darle Moreno Bonilla envolviéndose en la blanquiverde es ningún ataque a nuestra identidad. Es solo una señal de mal gusto y pésima educación, un tumor del que ningún rincón de España se libra, ya hablen polaco o con la grasia de La Caleta.
Además: ¿han visto la cara de esos tipos de la televisión catalana? Pues eso. ¿Desde cuándo el tonto del pueblo puede ofender a nadie?