AL FILITO
Tocaba Vascongadas pero me quedo en Cádiz
Aquí, deje paso a quien tenga las ideas, la capacidad y el arrojo de hacer cosas útiles. Que ya nos va haciendo falta
Hoy, evidentemente, las vísceras me pedían que comentara el resultado de las votaciones en Vascongadas. Quien me sigue y lee desde hace tiempo puede imaginarse las náuseas que sufro desde anoche, cualesquiera que sea el resultado final. Pero la prudencia me aconseja no entrar en ... análisis alguno de estos comicios.
Primero, porque -como ya he anticipado- carezco del necesario «seny» y la obligada frialdad para tratar este tema, lo cual les deja a ustedes la sensata alternativa de acudir a quienes utilizan el seso para estas cuestiones. Lo mío es más de hígado poco hecho y sofrito de cebolla, algo que da asco a mucha gente. Hoy, precisamente, puedo comprender ese sentimiento.
Segundo, porque mi Filito -ya lo saben- carece de borde; y hoy, en «el Estado Español», se persigue más a quien escribe que a quien empuña una pistola (de hecho, tal y como están las cosas y se vota, tiene más oportunidades de llegar a presidente un cómplice de asesinato que un aprendiz de escritor), por lo que corro el peligro de que, en este asunto, no me quede en el bordecito y me tire de cabeza a la cloaca. Lo que, indefectiblemente, me pringaría de por vida.
Y tercero, porque el director de este periódico tuvo una enorme habilidad durante la presentación de su libro. Y es que, haciendo como que me elogiaba, al incluirme en un selecto grupo de articulistas cuyo interés máximo era Cádiz y su bien, realmente me daba -por lo bajini- un enorme tirón de orejas que apercibí cuando analicé la deriva «internacionalista» de mis últimas apariciones, como si de un podemita cualquiera se tratara. Así que hoy recojo velas y me arrimo al muelle, aunque tampoco es que tenga allí garantía de desestiba, ya me comprenden.
Y qué mejor manera de volver a desembarcar en mi tierra que toparme con lo que solo los ciegos podrían jurar que no volverían a ver: un alcalde de Cádiz aquejado de inoperancia, incompetencia o -¡vaya usted a saber!- desidia. Es lo que, a la torpe mirada de este articulista, aparece un señor que, a un mes vista de su primer aniversario como primer gerente de la ciudad, presenta a esta en un estado de revista deplorable, sucia, con poco -o ningún- avance en la gestión de solares yermos, inerte salvo en la pancartería y el bla-bla-blá, con proyectos que continúan paralizados como cuando gobernaba el donante de riñones (el teatro Pemán; la pérgola del Parque Genovés; la recuperación de los castillos; el mercado y parque de la Estación; el Portillo; los solares de Tolosa Latour y Delegación del Gobierno; la Ciudad de la Justicia...) y con un continuo plañideo confesante de su incapacidad, falta de ingenio o, ¡ay!, valentía para sacarse de la manga medidas que palien la sangría de habitantes (y, ¡ojo!, dinero) que convertirá a Cádiz en la cuarta -o quinta- ciudad de la provincia en la próxima década si no se empieza a mirar por el ciudadano en lugar de por el gallipato o el chorlitejo patinegro.
Así que, puestos a tener que justificar el presupuesto, qué mejor manera de entretener al personal que imitar a su antecesor, cambiando el nombre a calles y plazas y sustituyendo los patrones de toda la vida (los poquitos que nos dejó el insigne historiador y su exquisita tropa) por novedades absurdas. ¿Quién sabe? Quizás se ha analizado la cuestión de forma más incisiva de lo que soy capaz de vislumbrar y se ha llevado a cabo una suerte de estudio de mercado que ha resuelto que rotular una calle con el nombre de un peñista (valga el ejemplo) le otorgue un edil más cuando el número de concejalías se reduzca por mor de la carencia -de población y de valía-.
Esto es lo que sucede cuando se vota como alcalde a un funcionario vitalicio de un partido político, que entiende las encomiendas de representación como un destino temporal y confunde las cosas. Se ha creído que un nota con mochila representa el sentir de una población -porque esta le ha otorgado dos mandatos- y cree que llevando una igual al hombro ya tiene al electorado en el bolsillo hasta el siguiente escalón.
Para eso, váyase a celebrar el paso de la gabarra y quédese allí, con los «suyos», celebrando los éxitos con aquella gente tan sana (como acaba de verse). Aquí, deje paso a quien tenga las ideas, la capacidad y el arrojo de hacer cosas útiles. Que ya nos va haciendo falta.