AL FILITO
Señales divinas
Seguimos sin construir barcos, han desmantelado las fábricas de aviones y continuamos empecinados en cargarnos la única cesta que nos da de comer, la del Turismo
Así se tituló la columna editorial firmada por el director de este periódico en el ejemplar que salió al quiosco hace doce años (concretamente, el 17-06-2012). En ella, el autor se cuestionaba sobre qué más tiene que regalarnos la Providencia para que aprovechemos ... nuestros recursos y los explotemos, convirtiendo a Cádiz no solo en un destino turístico, sino transformando la Provincia económicamente hasta hacerla equivalente en riqueza material a la que tiene ganada como etiqueta sentimental.
Doce años después de ese artículo, aún seguimos sin construir barcos, han desmantelado las fábricas de aviones y continuamos empecinados en cargarnos la única cesta que nos da de comer, la del Turismo.
Miren: soy el primero que abomina de ese invento llamado «pisos turísticos» y no les cuento qué sensación me produce ese palabro de «gentrificación» y, sobre todo, lo que significa. Como abogado, he conocido -en demasiadas ocasiones- los problemas que se le presentan a un padre o madre de familia rota por un divorcio para poder rehacer su vida y ofrecer un hogar estable a sus hijos. Y también he experimentado personalmente esa angustia. Afortunadamente, me he cruzado con gente buena y he tenido muy buena suerte, pero no sucede así en todos los casos. Es descorazonador -e inhumano- pasar noches insomnes buscando pisos donde vivir entre una jungla de alquileres «de temporada», precios abusivos y la angustia de perder la «oportunidad» de alquilar una covacha antes de que al propietario le dé por alquilarla a una pandilla de botelloneros, a razón de trescientos euros la noche.
Pero dudo que muchos a quienes se les vio protestar en la manifestación convocada hace unos días por la plataforma «Cádiz Resiste» coincidan conmigo en la petición de abolición de la Ley socialista de Arrendamientos Urbanos de 1994 y aboguen por retomar la Ley de 1964, franquista, que introducía un sistema de control de rentas con la intención de evitar subidas abusivas y muchas limitaciones impuestas para proteger a los inquilinos. Como, francamente, tampoco les veo haciendo campaña de reconocimiento a la obra social que hizo posible que siete millones de familias españolas (entre ellas, la mía y, seguramente, la de muchos) pudieran fabricar una vida bajo un techo a precio decente.
Cádiz es una maravilla y es lógico que la gente quiera venir. Además de reconfortar nuestro ego, debemos ser lo suficientemente cabales como para que esa experiencia llene nuestros bolsillos. Eso solo sucederá si somos capaces de librarnos de la casta parasitaria que dice representarnos y solo hace capar la iniciativa que tanto emprendedor que nos visita quiere sacar adelante, hasta que lo aburren.
Si no fuera por las sandeces políticas de turno, hoy contaríamos, solo en Cádiz capital, con dos hoteles de cinco estrellas en lugares tan señeros como la Caleta y la Punta de San Felipe; pequeñas parcelas de playa -dentro del inmenso arenal- acotadas para los huéspedes de hoteles del Paseo Marítimo y varios «clubes de playa» repartidos por todo el perímetro de la isla. Incluso -y esto ya es pura elucubración- si no fuera por cuatro carajotes gaditanos adoradores del grillo patizambo, hoy podríamos disfrutar de complejos hoteleros y residenciales de primer nivel en todo lo largo del istmo que nos une con San Fernando. Y eso solo significa una cosa: empleo.
Teniendo una industria hotelera y de ocio de primer nivel y contando con una legislación arrendaticia que protege al inquilino y, sobre todo, a la familia… ¿quién va a querer alojarse en una cutre accesoria gaditana reconvertida en «loft-chill-out»?
En aquel artículo de hace doce años ya se mencionaba, de refilón, a todos esos ladrones cuyo modus vivendi era aburrir, desde la poltrona política, a quien tuviera iniciativa para sacar a esta provincia del boquete en que aquellos vividores nos habían convertido. Hoy, esos ladrones están siendo excarcelados por obra y gracia de un tribunal constitucional que merece, no solo la minúscula, sino que su sede se corone con luces de neón y las visitas a su página web computen dentro de las treinta visitas que el gobierno nos concede para visitar páginas porno.
Al fin y al cabo, todo es igual de pringoso.