al Filito
El Puto Amo
Quizás hoy tenga suerte y, gracias al título, me lea algún socialista. Siempre y cuando éstos no hayan olvidado semejante habilidad
Soy consciente de que descerrajo la semana con una doble grosería. Por un lado, utilizo un título que ha sido reproducido, reutilizado y manoseado a disgusto por decenas de articulistas desde que el premio Nobel que dirige las infraestructuras de «Estepaís» salpicó a todos ... con los restos del enjuague perineal que le practicó al presidente del gobierno. Por otro, estoy incumpliendo el código ético marcado por la editorial de este periódico, usando términos impropios, malsonantes y de merecida veda.
Pero habrán de reconocerme que, si todo un ministro del Reino de España usa semejante lenguaje para referirse a su jefe, en un acto público, subido a un atril y usando un micrófono mientras miríadas de librepensadores le jalean enfervorizados entre bocado y bocado de bocadillo de cerdo picado (es decir, de chopped pork), un servidor no es nadie para privarse de citar textualmente semejante regalo a las letras hispánicas en plena resaca del Día del Libro.
Por otro lado, comprenderán que una de las preocupaciones de cualquier juntaletras es tener más lectores a la par de conservar a los fieles. Y uno, que es consciente de sus limitaciones y sabedor que jamás podrá emular a los columnistas «de verdad» (esos que introducen con vaselina literaria textos de Chesterton, Tocqueville y Garcilaso como si el artículo fuera -todo él- un conducto perfectamente diseñado para regalar a los lectores una semilla de erudición que, regada, pudiera darles sombra y cobijo algún día), tira de sus recursos de barrio. Quizás hoy tenga suerte y, gracias al título, me lea algún socialista. Siempre y cuando éstos no hayan olvidado semejante habilidad.
Esto del puto, el amo, el barrio, la facha y la locuacidad de los ministros de mi país me lleva a una reflexión muy impopular: ¿nos lo merecemos? Sí, con creces. Desgranaré mis razones en las siguientes líneas, pero quédense con lo del «barrio», que merecerá punto y aparte.
Cuando en algún espiche se larga ese viejo mantra según el cual «el PSOE es el partido que más se parece a España», les ampara la razón más que a un santo. Miren alrededor y calibren el nivel generalizado de vulgaridad, mal gusto, dejadez, analfabetismo funcional y carencia de hidalguía (para mis nuevos lectores -según los describo en el tercer párrafo, «hidalguía» podría traducirse como nobleza de espíritu. Aunque me temo que también estos dos términos necesiten explicación). Con esos mimbres -y membresía-, ¿qué esperaban obtener? ¿De verdad creen que podríamos tener a un ministro de transportes, una vicepresidenta primera o un portavoz que se expresaran como Castelar o -llámenme loco- Blas Piñar?
En esa ecuación -y aquí viene el punto y aparte anunciado- falla el barrio. Estos escombros que nos dirigen presumen de representar «a los suyos» y yo, francamente, ignoro cual ha sido la realidad en la que estos personajes se han criado. Afortunadamente, conozco perfectamente cual es la de un barrio obrero. El mío: Lebón. Un barrio de aluvión creado en la década de los cincuenta al albur de las políticas sociales del malvado régimen franquista, que secuestró a pobres familias numerosas que vivían felices en chabolas verticales -de un dormitorio- del barrio de La Viña, compartiendo un cuarto de baño por planta, para desplazarlas a un lugar inhóspito, donde convivir en pisos maliciosamente adecuados a sus necesidades y se les cargaba con la execrable esclavitud de soportar un retrete propio, gravándoles con el repugnante oprobio de tener que pagar una renta mensual equivalente a un euro actual.
Un barrio que fue creciendo con familias provenientes de la provincia, que se iban acomodando en edificios de nueva planta en los que compartían espacio, vida e idiosincrasia al otro lado de la vía del tren (el ladito menos favorecido) que, en su disparidad, coincidían en varios elementos fundamentales: eran trabajadoras, honradas, cumplidoras y, sobre todo, procuraban que sus hijos tuvieran un estatus social más elevado. Calles aquellas en las que la chulería, la zafiedad y la pose de chulo de puticlub se identificaba con el señorito pijo que pretendía recibir favores del tendero en la trastienda de cualquier almacén.
Un barrio en el que adulación, la pleitesía y el mamporreo constituían un delito social de impronta vitalicia y en el que los padres cuidaban de que sus hijos no destacaran por encima de los demás salvo en educación y nobleza.
Un barrio, termino, del que resulta imposible que surja un hortera chabacano, pelota y rastrero que protagonice un espectáculo semejante al que cada día nos regala el ministro que maneja veintiún mil millones de euros de nuestros impuestos. Y ante esto, yo no puedo sino preguntarme…
¿De dónde sale esta escombrera?