OPINIÓN

Mucha Policía… para los señoritos

Y la sensación de desprotección es desconocida para cualquiera que supere los cuarenta años de edad

Primero, me molesté. Como, supongo, alguna otra centena de ciudadanos que, el pasado miércoles, nos dirigíamos al centro de Cádiz en nuestro vehículo particular o en autobús y nos encontramos una inoportuna retención en la Avenida de Andalucía, a la altura de la delegación de Hacienda, a una hora -las diez de la mañana de un treinta de agosto-, de proceso lento, en un punto y un momento en el que si alguien iba en esa dirección era para hacer alguna gestión referente a su trabajo, su salud o la más principal tarea que puede encomendarte tu superior doméstico: hacer un mandao.

Pues sucedió que ninguna de las preocupaciones que actuaron como fuerza motora de quienes se aventuraran ese día y a esa hora en ese lugar -y anduvieran con el tiempo justo- pudieron cumplirse pacíficamente por mor de un control de policía plantado allí, con figurantes de dos metros de ancho por largo (¿cuántas horas de gimnasio hacen falta para eso?) portando metralletas que parecían de verdad y carita de tipo muy duro dándote el «placet» para traspasar el arco y terminar de maldecir el momento en que decidiste tomarte ese segundo café tranquilamente antes de ponerte el casco y arrancar la vespa. «Total» -te decías- «llego en cinco minutos y todavía estarán desayunando los de la ventanilla».

Esa misma tarde, tomando lo que debe tomarse con un compadre en una terraza a esas alturas de la canícula, pasaron ululantes caravanas de sirenas azules hasta en cuatro ocasiones. Ambos nos preguntábamos qué estaba pasando -en Cádiz, nota aparte- ese día, con tanta policía. Tanto nos alarmamos que, de forma automática, pensé en el concierto-espectáculo que el Ayuntamiento montó en San Antonio para la juventud y en la fiesta que se celebraba esa noche en el Club de Tenis para la muchachada, eventos ambos a los que asistían mis hijos de edad desparejada. Y, aunque la respuesta a mi sexta llamada fue tranquilizadora, esa noche les puse una hora de llegada más pronta de la esperada por ellos.

Mucho más oscurecido salí a correr y dar la vueltita acostumbrada a Cádiz. Me sorprendió ver macetones -sin romper- con flores -sin arrancar- en la puerta de la Cárcel Real (Casa de las Américas, hoy, según los modernos), hasta que vi a un guarda jurado custodiándolas (¿cuánto cuesta tener a este hombre ahí por día?) y comencé a sospechar.

La cosa se aclaró cuando, a la mañana siguiente, encontré a operarios trabajando en la puerta del Palacio de Congresos con denuedo y urgencia y, a la postre, la prensa me aclaró que los dioses del olimpo europeo iban a celebrar una cumbre en Cádiz. Y claro, toda seguridad es poca para que las insignes figuras democráticamente representativas de nuestros anhelos políticos, custodios y garantes de nuestros derechos y bienestar e insustituibles en su inefable dedicación, pasen un díita tranquilo atiborrándose en la croquetada Deluxe con la que se les obsequiará a costa del contribuyente.

Estos sufrimos, hoy, unos índices de criminalidad e inseguridad ciudadana que rompen las barreras que muchos conocimos en los primeros años ochenta, por causas muy diferentes a las que empujaron a la delincuencia, en aquellos años del caballo, a tantos hijos de familias normales, honestas y desgraciadas. Las quejas por la ausencia de protección policial -cuando no por su inacción- son abrumadoras. Y la sensación de desprotección es desconocida para cualquiera que supere los cuarenta años de edad.

Si esto lo contrastamos con el hecho de que en los atentados de Nueva York, Madrid, Londres, París, Estambul, Bruselas, Barcelona… llevados a cabo, presuntamente, por malnacidos hijos de cerda, se dirigieron contra gente trabajadora, que acudía a su puesto a cumplir sus ocho horas reglamentarias para ganar un jornal que le permita vivir y mantener a una clase política parasitaria, metastásica y endogámica, sin que ninguna red de inteligencia policial hubiera sido lo suficientemente tenaz, perspicaz o puntillosa para evitarlos; y que ETA ya no existe (o, en todo caso, puede tratarse con ella en el Parlamento)… ¿a qué viene este circo?

No vengan más. Quédense en sus burbujas y en el bar Manolo de turno en Estrasburgo y, en lugar de estas bacanales, usen el presupuesto en sernos útiles, ¡inútiles!

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