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Como defensa ante las críticas, se tiende a reprochar al ciudadano su incívico uso y abuso

Olvídense de ideologías, adscripciones políticas «hasta la muerte», de aborrecimientos y hasta antipatías (o incluso envidias, que las hay) al contrario. Hagan un ejercicio de honestidad íntima y pregúntense si están conformes con el funcionamiento de los servicios públicos.

Recientemente se ha desvelado que ... España superó en el pasado año la cifra récord de tres millones y medio de funcionarios. Una cantidad enorme de asalariados de la Administración Pública que nutre los ambulatorios y hospitales, los colegios, los juzgados y los distintos y diferentes centros por donde el ciudadano debe pasar obligatoriamente para gobernar su vida. Sin embargo, el servicio ofrecido, en cualquiera de los apartados mentados, supera cotas inauditas de ineficacia, ineficiencia y falta de diligencia.

Como defensa ante las críticas, se tiende a reprochar al ciudadano su incívico uso y abuso. Así, por ejemplo, se ha publicado que existe, al menos, un veinte por ciento de absentismo a la hora de acudir a una cita médica. Poco me parece. Si acudes angustiado a pedir consulta con tu médico de cabecera por alguna dolencia que te aqueje, resulta complicado que te atienda en esa misma semana. Para pedir esa cita tienes dos opciones: o pierdes un mínimo de una hora en el ambulatorio aguardando turno (en horario laboral «plebeyo», el propio de quienes les pagamos el sueldo) para que te agenden en una mesita colocada junto a tres más en una salita donde lo que menos se respeta es tu derecho a la intimidad y a la protección de datos, o haces tú el trabajo a través de la página web, aunque el resultado sea el mismo: cita en un mes. Así las cosas, una de tres: o te has curado la dolencia tú solo; o la desesperación -y la capacidad económica- te ha llevado a un médico privado; o el bicho ha acabado contigo. Que luego te reprochen que no hayas tenido el reparo de cancelar la cita y carguen sobre ti la responsabilidad del mal servicio, es la historia propia de nuestro tiempo.

La lamentable calidad de la educación en España se evidencia en el descenso continuado que, en la calificación del informe PISA, lleva a nuestro país a ocupar, cada año, un peldaño inferior al anterior; y se traduce en lo que la casta política gobernante lleva planificando desde que el General nos dejó en sus manos: una juventud aborregada y una sociedad ignorante, acrítica y adocenada. Tenemos a gente súper cualificada a nuestro servicio (sirva el ejemplo de todo un ex – alcalde de Cádiz) para impartir a nuestros hijos la mejor educación posible y servir de ejemplo de excelencia. Sin embargo, cada vez se cierran más colegios públicos y, quien puede, procura a sus hijos una educación privada y, quienes no, se refugian en la concertada, a pesar de los déficits de esta última.

Si hablamos de la administración de justicia, todas las voces entrevistadas inciden en lo mismo: hacen falta más juzgados, más personal y mejores medios. Podría ser. Pero no hay mejor notario que la práctica diaria. Sirva, como ejemplo, San Fernando. Cuando yo empecé a trabajar, existían allí tres juzgados mixtos, instalados en un edificio infame con unas condiciones deplorables y la tramitación de cualquier expediente, por simple que fuera, duplicaba e incluso triplicaba el tiempo dedicado en cualquier juzgado de la capital. Hoy existen cuatro, alojados en unas modernas y amplias dependencias. Hablamos de un partido judicial integrado por un solo municipio, que atiende a una población de cien mil habitantes, sin puerto, aeropuerto ni polígono industrial reseñable; y con una parte del territorio (y la población) sujeto a jurisdicción militar. Pues bien, hoy en día la tramitación de asuntos civiles es igual de deficitaria que aquella de mis inicios, o peor. La única diferencia es que, hoy, no puede usted ver el interior de las oficinas porque las cristaleras están empapeladas con folios que evitan las miradas indiscretas. ¿Saben ustedes de esa moda de los restaurantes con las cocinas abiertas, para que se vea qué hacen y cómo? Pues lo contrario.

Cada vez más personal, nuevas oficinas y más equipos, sin que ello se traduzca en una mejora del servicio al ciudadano, ese al que deben de servir y no del que servirse. Cada vez más exigencias y cada vez más ineficacia, mientras se exprime a la exigua clase productiva de este país con más impuestos, más obligaciones y menos contraprestaciones.

Ya va siendo hora de que las huelgas las protagonicemos los que pagamos.

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