Al filito
Óscar Puente
El delito de malversación de caudales públicos se basa en la administración desleal o apropiación indebida realizada de forma dolosa
Como ya he comentado en otras ocasiones, presentarme ante ustedes cada lunes tiene una gran desventaja. Esta consiste en que todo lo que trato es viejo y, sobre todo, corre el riesgo de haber sido mucho mejor contado por cualquiera de los maestros que me ... han precedido en este espacio que se me regala hoy, lo que me obliga a escribir siempre «al filito». A pesar de ello, debo apostar por un tema y lanzarme a él de la única forma que me sale del alma: arremetiendo; porque quien me conoce sabe perfectamente que es, precisamente, el mejor uso que puedo darle a mi cabeza. Para algo tiene que servir.
Así que hoy les hablaré del fulano cuyo nombre encabeza la columna. De antemano, debo advertirles que el sustantivo empleado no supone ningún insulto. Consultado convenientemente el Diccionario de la Lengua Española, resulta que concede cinco acepciones al término. Solo la tercera deja entrever un uso despectivo; y nada más lejos de mi intención. La quinta lo define como «prostituta» en su género femenino (es decir, fulana), lo cual no viene al caso porque es notorio que el señor Ministro no se vende a nadie. Así que todos ustedes han de saber que me acojo a la cuarta acepción señalada por la Real Academia, que es la de «querido».
Sucede que mi querido fulano (léase «doblemente querido») Oscar Puente desveló a Carlos Alsina, en la mañana del pasado lunes, de forma clara, transparente, inocente y sin filtro -como solo los niños, los borrachos y algún discapacitado intelectual saben hacer- que es un malversador. Para quien aún no esté al tanto de la noticia, sucede que mi duplicadamente querido y responsable de las carencias ferroviarias de todo el país desveló en el programa «Más de Uno», de Onda Cero Radio, ante su estupefacto director, que había encargado a su equipo que recopilara artículos de prensa, columnas de opinión y comentarios donde se le insultaba. Y, ante la sorpresa del señor Alsina y su pregunta «¿y qué interés tiene eso para el ciudadano?», el señor ministro, balbuceante y perplejo como lo estuviera un simio ante un espejo, terminó confesando de forma rotunda: «sobre todo para mí.»
Según la página web «ElDerecho.com», de la editorial jurídica «Lefrebvre», el delito de malversación de caudales públicos se basa en la administración desleal o apropiación indebida realizada de forma dolosa (es decir, consciente) por parte de una autoridad en el ejercicio de su cargo. Se trata de un delito regulado en el Código Penal, concretamente en los artículos 432 a 435. Y se comete este delito cuando una autoridad o funcionario, en el ejercicio de su cargo, altera o modifica de forma voluntaria y consciente el patrimonio público causándole un perjuicio, lo que se corresponde con un delito de apropiación indebida y está relacionado directamente con la corrupción. También podemos leer, de dicha fuente autorizada, que el bien jurídico protegido del delito de malversación es el patrimonio público.
Sucede, pues, que el fulano del que hablo, que ha confesado en la radio que utiliza dicho patrimonio público (sueldo de «su equipo», que pagamos a través de nuestros impuestos en lugar de destinarse a educación, sanidad o infraestructuras) para que otros fulanos (léanse según la primera acepción de la RAE) recopilen lo que se dice de su jefe. Si a Luis Rubiales le aguardaba la guardia pretoriana en Barajas para detenerlo ante las cámaras de todas las televisiones invitadas a la cita, aún esperamos que algún cuerpo policial, fiscal atentísimo o juez valiente ordene -no ya la detención- al menos la apertura de diligencias previas para investigar el hecho.
Al fulano (me remito al tratamiento afectivo), que le preocupa lo que decimos de él y destina parte de nuestros impuestos a tan importante tarea nacional, le afecta el insulto. «Malversador» no es tal, sino tan solo una presunción legal que podría deducirse de sus propias manifestaciones. He intentado solapar el tema buscando sinónimos en Google, pero los deseché porque aparecían los siguientes: desfalcador, embaucador, defraudador, criminal, ladrón, delincuente y bandido. Comprenderán que un servidor no puede llamar de esa manera así a tan alto servidor del Estado, pues quien firma tiene en alta valoración a las grandes personalidades que nos gobiernan y administran los caudales públicos, salvo que una resolución judicial lo desmienta.
Por todo ello, conmino a todo aquel que insulta y menosprecia a don Oscar que deponga su actitud. Ninguna persona merece que se le señale por lo que no es. Por eso, a partir de hoy, cada vez que me refiera su persona, lo catalogaré como lo que realmente es: un socialista.