Contra natura
La soberbia, la prepotencia y la exculpación son lemas grabados a fuego en las orgías presupuestarias que se organizan cada reunión de martes en La Moncloa
La frase que mencionó la ministra de Igualdad está muy clara: «los niños, las niñas y les niñes pueden amar o tener relaciones sexuales con quien les de la gana, basadas, eso sí, en el consentimiento». Sin embargo, no creo que Irene Montero sea una ... degenerada. Tiene tres hijos y sufrió por la vida de sus dos primeros. Esa base me basta para negar cualquier atisbo de perversión pedófila en ella, como respecto de cualquier madre o padre no desnaturalizado. Ahora bien, nadie en su sano juicio podrá negar lo que sí es dicha señora: una ignorante, desinformada y soberbia.
Porque la frase es una barbaridad, pero se trata evidentemente de una horrorosa construcción sintáctica realizada por algún semi-analfabeto a quien se le haya encargado plasmar la idea en papel, porque cualquiera con dos dedos de frente sabe qué se quiso decir, aunque no compartiéramos con la ministra ni la recogida de una herencia.
Si la escribió la propia ministra, ya nos hacemos la idea de su nivel formativo. Si, por el contrario, la escribió una de sus niñeras-secretarias-de-estado, peor nos dice de la capacidad de una papagaya que lee sin entender. Y si a las tortillas se les pusiera guinda, el revoltijo se presenta ya completo con la actitud altiva de una pobre harta de pan, incapaz de reconocer con sencillez y naturalidad que se ha equivocado, subrayando qué se quería realmente decir. Bastaba con eso.
Pero la soberbia, la prepotencia y la exculpación son lemas grabados a fuego en las orgías presupuestarias que se organizan cada reunión de martes en La Moncloa. Todos los componentes del gobierno, con su amado líder a la cabeza, son seres de luz infalibles, perfectos e intachables.
Pocos gobernantes han cometido la decencia de reconocer errores o, lo que hubiera sido más importante, trabajar para enmendarlos. Lo llamativo de hoy en día es, sin embargo, la actitud de los gobernados. De las mareas de indignación por la subida de la luz durante el gobierno de Rajoy (por ejemplo) se ha pasado a un silencio sepulcral por el atraco diario. De las rasgaduras de vestimenta por los trajes de Camps, a la complacencia ante el viaje chupi-guay a Nueva York por una pandillita fresca a cargo del presupuesto. De la cólera desatada ante la incorporación al Consejo de Ministros de Ana Mato por ser una «ni-ni» rica a la aceptación de vagos y maleantes como miembros de puro derecho de tan selecto círculo. Paga España.
Y así nos va. Ocho millones de votantes que en su día se reían de quienes se dejaban bigotillo a imagen y semejanza del Jefe. Currantes que lloraban de rabia cuando en el telediario aparecía la collares en el Azor mientras sus niños se peleaban por un mendrugo de pan ante el televisor. Idealistas que se jugaban el pellejo por disentir y llevar la contraria porque defendían la razón…
Hoy siguen ahí y, aunque el voto es secreto y estos cada vez se esconden más detrás de la cortina, son identificables. Ahora van sin corbata, se emboban ante la lectura del BOE que detalla las provisiones de Pago de Capellanes, Chivas y pulpo para el Falcon y permanecen obedientes ante la orden de silencio e inmovilización. Todos en sus casas, alumbrados con velas y en estricta dieta de plato único mientras sus mandamases esnifan, festejan, gastan y les meten doblada la ideología, la moral y la vergüenza. Y, por supuesto, tienen hasta su propio contubernio culpable, escondido en oscuros cenáculos madrileños.
No querían cambiar nada. Solo tenían envidia.