OPINIÓN

Muerte en Tailandia

Creo que pocas lecciones podemos exportarles sobre cómo dirigir un país y legislar eficazmente para mantener la paz y la seguridad

José Colón

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Casualidades de la vida, sucede que me encontraba en Tailandia justo cuando mi madre encontró un entretenimiento televisivo y veraniego inesperado en la historia del guapito-hijo-de-actor-famosillo y, sintetizando, presunto descuartizador de amigos o amantes de Koh Samui. Una historia que, al parecer, tiene conmocionada a media España, porque en las cuatro cenas con amigos que he tenido en Cádiz desde que regresé, ha sido el tema estrella de conversación.

Por lo que se ha visto, la instrucción del caso ha sido super eficiente: en dos días, la Policía tailandesa ha hallado pruebas suficientes para imputar al muchachito por un delito de asesinato premeditado y pedir para él la pena de muerte. Ahora es cosa de ver cuánto tiempo tarda la fiscalía y el sistema judicial de aquel país en ejecutar su legislación y demostrar a propios y extraños por qué Tailandia es uno de los países más seguros del mundo. Porque allí, quien la hace, la paga.

Como abogado, me ha sorprendido semejante eficacia. En España, en esos dos días ni siquiera hubiera dado tiempo de redactarse, por el funcionario de turno, la cédula de citación a un «juicio rápido», hilarante denominación que nuestros sabios legisladores dieron a un bodrio jurídico diseñado para que el investigado novel se venga abajo y confiese los hechos para acogerse a una reducción de condena, ahorrándose, así, el trabajo de realizar una investigación seria y formar una acusación firme.

La gente anda alarmada porque en «El País de las Sonrisas» se aplique la pena de muerte a un asesino y se cuestiona sobre la legitimidad de semejante «salvajada» aplicada a un extranjero. En primer lugar, conviene no perder de vista que Tailandia es el único país del sudeste asiático que no ha sido nunca colonizado por ninguna potencia europea y ha mantenido una histórica y orgullosa soberanía que solo se vio alterada durante la Segunda Guerra Mundial al verse obligada a aceptar la influencia japonesa. Y es de fácil suposición que esa independencia no se ha obtenido con amabilidad y simpatía, sino con firmeza, determinación y la dosis de inteligencia justa y necesaria para mantener su integridad nacional. Tres son los pilares sobre los que ésta se sustenta: la religión, el papel preponderante del Ejército y su Monarquía. Es decir, que se trata de un país cuyas gentes aman el orden y la seguridad y sus leyes no son cosa de bromas.

Con un tamaño similar a España y una población que supera a la nuestra en más de veinte millones, Tailandia tiene una tasa de paro del 0'8%, frente a nuestro 12%. Una tasa de natalidad del 9% y de mortalidad del 7,92 € (frente a nuestros 6,9 % y 9,70 %) y un porcentaje de personas en riesgo de pobreza del 6,3% frente al 20,4% español.

En referencia al porcentaje que supone la inversión en educación respecto al presupuesto gubernamental (gasto público total), Tailandia se encuentra en el puesto 94 mundial, mientras a España se le encuentra buceando en el 153. En cuanto al gasto sanitario, es similar al nuestro. Ahora bien, la presión fiscal allí es del 16,4% frente al robo del 38,8% patrio. Y la deuda per cápita es de poco más de tres mil euros, mientras cada uno de nosotros, para pagar la Fiesta, debemos casi diez veces más. Y subiendo.

Creo que pocas lecciones podemos exportarles sobre cómo dirigir un país y legislar eficazmente para mantener la paz y la seguridad. Sí deberíamos, en cambio, contrastar el funcionamiento de uno y otro y sacar conclusiones sobre el significado de «vida civilizada» y los medios que deben emplearse para garantizarla.

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