Opinión

Muerte a Santiago Abascal

Un tipo que podrá caer mal o representar una ideología con la que no se esté de acuerdo, pero –que se sepa– no se ha esnifado el dinero de ningún parado

Si la sucesión de acontecimientos resulta una bendición para un cronista diario, para un modesto columnista con espacio restringido y aparición semanal supone una auténtica frustración. Mientras el primero se libra de la batalla ante el folio en blanco, el segundo se devana los sesos ... eligiendo el tema, procurar que interese y dotarlo de frescura pese al riesgo de caducidad.

La semana recién transcurrida ha sido pródiga en noticias de toda índole. El jueves pasado el cuerpo me pedía escribir sobre el 'puto C1 de catalán' y la falta de madurez de una chiquilla inconsciente de la idiocia que le rodea. Y como no hay mal que por bien no venga, quizás esto le sirva para dejar de hacer el indio en redes sociales durante el desarrollo de un trabajo tan extenuador y sufrido como tanto denuncian los tik-tokers de bata blanca durante sus bailecitos.

Pero eso chocaba con la necesidad que sentía el miércoles de expresar mi opinión sobre las trabas y nones puestos por distintas administraciones públicas (principalmente, el Ayuntamiento de Cádiz) a las escasas posibilidades de desarrollo que se ofrecen en esta ciudad que precisa de escuchar tantos pitos de ollas de puchero. No a la construcción de grandes edificios de viviendas (mientras no se pone coto a la promoción de apartamentos turísticos); no a la construcción de parques eólicos allá donde no llega la vista de Superman (¡¡pese a que los propios ecologistas defendían el proyecto!!); no al equipamiento cultural en un edificio histórico (pero sí a la construcción de oficinas, que imagino que servirán para gestionar ayudas sociales, porque para otra cosa no hay demanda). En definitiva: No al progreso, al trabajo ni a las oportunidades. «Pero ¡estamo en Carnavá!», como decía una infame cuña publicitaria de una emisora de radio local.

Y, como hace un tiempo me prometí a mí mismo que atendería a mi instinto (que tantas penurias me hubiera ahorrado a lo largo de mi vida si no le hubiera sido infiel), es precisamente de temática carnavalesca sobre lo que quiero terminar de escribirles hoy. Y comoquiera que hay previsión de lluvia, me pongo el chubasquero y las botas de andar por el fango. Porque ya saben que a mí no me gusta mojarme.

Me encantó que el primer premio de chirigotas lo ganara la agrupación 'Vamo a escuchá'. Desde mi posición natural de legatario de la ciudadanía romana gaditana y a pesar de mi limitado conocimiento del tema, me fascinó la ruptura del sistema desde su propia entraña, en un ejercicio de autenticidad carnavalesca inaudito en estos tiempos de absurdas pamplinas etéreas de tanto comparsista que se la da de artista.

La frescura, talento y 'nivel' de las 'ilegales' las convierten en el principal -y casi único- atractivo, para mí, de esta fiesta cuyos entresijos tanto critico 'aquí' como defiendo 'allí'. Por ello me ha llamado la atención, muy desagradablemente, algo que he oído en repetidas, demasiadas, ocasiones a muchas, demasiadas, agrupaciones este año: letras que desean la muerte de una persona. Y no siempre en sentido figurado. Pildorazos que, entre cigarrito liao y chupito de mollate, buscan –y, más lamentable aún: encuentran– la risotada y complicidad de un público que exhibiría un rictus y compostura adecuadas si el objeto de los dardos fuera otro. Y no digo ya otra.

Pero era Santiago Abascal. Un tipo que podrá caer mal o representar una ideología con la que no se esté de acuerdo, pero –que se sepa– no se ha esnifado el dinero de ningún parado, ni se lo ha gastado en putas, organizado orgías, favorecido contactos empresariales, ni tiene un primo que se haya enriquecido con el tráfico de mascarillas o haya recibido maletines en reservados de aeropuerto. Tampoco tiene responsabilidad alguna sobre la inflación, el desastre en la gestión de la sanidad, la subida de las hipotecas, el aumento del paro o la puesta en libertad de violadores y depravadores sexuales. Ni siquiera conoce al Tito Berni.

Tanta rareza es sospechosa, así que vamos a darle caña. Tenemos que asegurarnos de que el respetable público rebuzne de gusto.

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