El mejor alcalde

Demasiadas han sido las sandeces expuestas por los candidatos a asomarse al balcón de San Juan de Dios, antes de las elecciones del próximo domingo

José Colón

Cádiz

Se acerca la recta final. Nos queda contemplar las volteretas del último tramo de campaña y ya no nos quedan manos que llevarnos a la cabeza. Demasiadas han sido las sandeces expuestas por los candidatos a asomarse al balcón de San Juan de Dios, el ... próximo domingo, y volver a estafarnos con la promesa de un nuevo mundo nuevo a quienes tenemos la desgracia de vivir en este rinconcito que continuará siendo obviado y olvidado al día siguiente, porque quienquiera que gane -de entre los dos posibles- no hará nada para cambiarlo.

Según las encuestas, el trofeo lo disputan dos claros optantes al título. Hay un tercer puesto que es indudable y luego existen tres o cuatro jugadores que optan por clasificarse en cuarto lugar y- según parece- en ellos está la llave del gobierno de esta ciudad en los próximos cuatro años. Años que se presentan interesantes y difíciles a nivel nacional y cuya perspectiva no puede quedar sin análisis a la hora de elegir el color de la papeleta que cada uno quiera depositar en la urna.

Los populares confían en retomar la alcaldía de la mano de un Bruno García que sigue la tradición política del peor PP, esa suerte de complejo que le lleva a querer contentar a todos aquellos que jamás le darán un voto y a quienes apacigua para que, al menos, no acudan a votar en contra. El último ejemplo de esto lo encontramos antesdeayer, en esa sonrisa de portada -fabricada al estilo John Doe- dedicada a un perro durante un mitin en el que prometió ampliar el «parque canino» que más vergüenza debería dar a quien lo creó: situado a los pies de las Puertas de Tierra, declarado Monumento Nacional. Un recinto que debería servir para que, al menos, un potencial alcalde tache aquello de error y decida cerrarlo. No me mueve ningún tipo de aversión hacia el bueno de Bruno (de hecho, me encantaría copiarle el know-how para ser conocido así) pero, francamente, no lo veo con la firmeza necesaria para poner las cosas en su sitio o reclamar a su jefe Juanma (y no digamos ya a Feijóo como Presidente del Gobierno) un tratamiento para Cádiz similar al recibido por Sevilla o Málaga en infraestructuras, fomento o cualquier cuestionamiento que implique «tocar los bajos» de aquel del que dependa que dejemos de ser considerados ciudadanos de segunda.

El segundo en discordia es el tal David de La Cruz, un señor bien tratado por la prensa por aquello del arropo gremial pero que no puede ocultar ser el heredero del peor y más nefasto alcalde que ha tenido Cádiz en los últimos cuarenta años, único periodo de tiempo que quien escribe puede computar sin consultar con sus mayores al respecto. El señor De La Cruz podrá ser una excelente persona, tener una mente preclara o demostrar un conocimiento profundísimo de los problemas de la ciudad, pero no solo no hace nada por librarse del nefasto legado recibido, sino que lo ondea como si de una gesta orgullosa se tratara. Es una forma como otra cualquiera de declarar públicamente que, si no nos gustaba el caldo, nos esperan dos tazas en el futuro.

El tercero, sí o sí, será el gran enigma de la Democracia Española. Su nombre no es un misterio, pero sí lo es el modo en el mantiene gente pisando moqueta a pesar de llevar más de cuarenta años protagonizando escándalos, corruptelas y ruina cada vez que gobierna en cualquier institución y que, por lo que respecta a Cádiz, ha destacado por sostener a un equipo de gobierno nefasto, mientras contemplaba, desde su «casa del pueblo», como la ciudad se va arruinando, ensuciando y vaciando sin que se les mueva una pestaña. Evidentemente, votar a esas siglas supondrá una gran garantía de progreso y mejora para una ciudad que siempre les ha importado tanto.

Y luego vienen los demás. Un conjunto heterogéneo en el que destacan dos tipos formales en esencia y presencia -alejados de todo este chirigoteo- y varios cuartetos de pueblo que tienen el mérito de sorprender cada día con una carajotada más gorda que la de la jornada anterior. Y todos éstos, amigo lector, tienen la llave de uno u otro gobierno.

Por el bien de esta ciudad de la que tanto presumimos y tanto decimos querer, más nos vale darle la clave de bóveda a uno de esos dos minoritarios mayordomos formales, serios y sensatos, que guarde bien la Casa y se asegure de que, quienquiera que sea el dueño, no vuelva a convertirse en una covacha. Ni en un circo. Nunca más.

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