Opinión
Malaysia, Truly Asia
Prima el orden, la decencia, la profesionalidad, la eficiencia y el respeto
Cada verano que tengo la fortuna de salir de España -y el infortunio de regresar- aprovecho este privilegiado espacio para contarles algún detalle del destino de mis vacaciones. Evidentemente, el único ánimo que me mueve a hacerlo es el de hacerles partícipes de mis ... descubrimientos y la idea de abrirles una ventanita que les sirva para contrastar realidades y, ¡ojalá lo logre!, les ayude a evadirse, siquiera un ratito, de la que les toque.
No obstante, en esta ocasión me tienta el egoísmo del turista que se cree un doctor Livingstone cualquiera y quiere preservar el secreto del paraíso encontrado para poder regresar a él sin que se estropee. Y es que, sinceramente, temo que el excepcional descubrimiento realizado se «ponga de moda» y, dentro de poco, termine estropeándose. Se trata, como han podido ver en el título (que he copiado de su eslogan turístico), de Malasia, la «verdadera Asia».
El país es un verdadero crisol de razas, religiones y costumbres. Y ese mestizaje se traduce en una riquísima diversidad cultural, una gastronomía que te vuelve los ojos en blanco, una bien resuelta convivencia y una asombrosa tolerancia, teniendo en cuenta que se trata de una nación islámica y que en un par de sus estados (Malasia es el único estado federal de Asia) se flirtea con la imposición de la sharia. Sin embargo, en una misma manzana puedes encontrar mezquitas, iglesias católicas o anglicanas, templos hinduístas, budistas, taoístas y de cualquier creencia de las decenas que puedan existir en aquella parte del Mundo. Y no es raro que el ámbito de la manzana se reduzca a una calle, como he visto, por ejemplo, en la ciudad de Georgetown. Lugares sagrados, todos ellos, en activo y diario funcionamiento (no estoy hablando de edificios históricos sin culto), con flujo de fieles y práctica libre y pública de ritos sin que exista un solo conato de tensión.
Adviértase que se trata de una monarquía parlamentaria que se rige, política y judicialmente, por el sistema británico (antigua metrópoli) y que mantiene firmemente cohesionado al Estado bajo el imperio de un ordenamiento que lo ha llevado a ser una de las primeras economías del continente.
Prima el orden, la decencia, la profesionalidad, la eficiencia y el respeto. Es un país seguro, donde no he encontrado a Sandokán, pero sí a gente educada, sencilla, tímida y prudente. Su capital es una moderna urbe de contrastes, entre lo ultra-vanguardista, lo tradicional y lo étnico, donde la gente vive y el gobierno deja vivir sin asfixia fiscalizadora. Posee ciudades que parecen fabricadas para representar la idea arquetípica que se haya fabricado cualquier lector de la Dama de Shanghai. Sus costas e islas albergan paraísos tropicales que hacen creerse Robinson Crusoe a cualquier españolito hastiado de la horterada y la bulla patrias. Y cuentan con una red de comunicaciones y transportes -aéreo, marítimo, terrestre y ferroviario- cuya eficacia hace llorar a este pringado que les escribe, usuario forzoso de la miseria nacional. Háganse una idea: en vuelos internos de 45 minutos, con asiento mullido y abatible, sin coerción sobre el equipaje de cabina, el personal trata al cliente con respeto y simpatía, le ofrece toallas, refrescos y un aperitivo... incluido en los veinte euros escasos que cuesta el billete, si lo has comprado con un mes de antelación.
Súmenle que pueden alojarse en hoteles de ensueño por un precio que no creerían; que el presupuesto diario de una pareja para comer -fabulosamente- no sobrepasa los cuarenta euros, tirando por muy alto; que el transporte interno (limpio, puntual, perfecto), de lo barato que es, puede parecernos medio gratuito; y que donde quieras que vayas encuentras facilidad, amabilidad, buena sintonía y una limpieza que debería hacernos sonrojar, si aún conserváramos un ápice de vergüenza en estas latitudes.
He viajado al Primer Mundo, señores. Y no tengo más remedio que volver a «esto» y reencontrarme con Oscar Puente rascándose las ingles ante un micrófono.
¡En fin! Como dirían mis hermanos de la Cofradía (aunque con otra perspectiva)... ya solo quedan 339 días para el 1 de Agosto.
Que me sea leve. Y ustedes lo vean.
Ver comentarios