Izán
Su hermano fue quien grabó lo sucedido, con el ánimo de publicarlo y denunciarlo. Y no solo tuvo el coraje de no arremeter contra los braquets de los miserables cantores, sino que ni siquiera cometió la imprudencia de grabarlos en su jolgorio, limitándose a enfocar a su pareja de sangre
Lo imagino tragándose las lágrimas, la rabia y la ira; y aguantando lo indecible mientras grababa la escena en la que solo aparece su hermano aunque la protagonicen un puñado de malnacidos que hace once años deberían haber fallado en su primer hálito.
La grabación ... atraviesa las entrañas de cualquier persona de bien, sea o no padre. Un chico grandullón y con aspecto noblote, sentado encima de lo que parece un neumático, aparentemente absorto en su teléfono móvil y pretendidamente ausente del infierno que lo rodea mientras un grupo indeterminado de hijos de satanás le cantan a coro «gordomierda feliz» con la música que inmortalizaron las hermanas Mildred y Patty Smith Hill en 1893. Ese fue el regalo que le tenían preparado a Izán –que es como se llama el chico– como agradecimiento por haber llevado una tarta de cumpleaños para celebrar su decimoprimero.
Su hermano fue quien grabó lo sucedido, con el ánimo de publicarlo y denunciarlo. Y no solo tuvo el coraje de no arremeter contra los braquets de los miserables cantores, sino que ni siquiera cometió la imprudencia de grabarlos en su jolgorio, limitándose a enfocar a su pareja de sangre. E hizo bien, porque podría resultar que el término «hijo de puta» –referido a los burlones– podría resultar una evidencia, más que un calificativo, y le hubiera causado un disgusto si algún padre de esos engendros emprendiera una acción legal porque su dulce e inocente criatura se ha visto retratado en redes sociales.
El chaval apareció a los pocos días en otro vídeo, dando las gracias por los apoyos recibidos y lanzando mensajes de ánimo y apoyo a todos los chiquillos que estuvieran pasando por un trance similar. Con semejante grandeza, Izán, su hermano y su familia han demostrado tener una categoría humana que autoriza a catalogar como basura a la miserable ralea que pretendió destrozarle su corta vida y a los valores imperantes en cada una de sus madrigueras.
Sería injusto pensar que los padres de todos ellos son responsables de las «chiquillerías» de sus hijos. Como también lo sería no desvelar lo que se sabe. Aunque no entiendo cómo funcionan las casas de juego, podría apostar sin riesgo que, al menos, el treinta por ciento de los padres de ese grupo califican la salvajada como el entrecomillado de la primera frase de éste párrafo. Que, en lugar de corregir y actuar en consecuencia al daño infringido, han esbozado una sonrisa y continuado su partida de pádel. Y que más de uno le habrá dicho al niño que «mierda para el gordo».
Y no arriesgo porque les conozco. Y ustedes también. Padres que desde el primer día del primer curso de «Infantil» escanean y estudian dónde colocarse y con quien juntarse. Que «orientan» a sus retoños para que se arrimen a la mejor sombra y que cortan y anulan las relaciones de amistad que salen de sus pequeños corazones aún inmaculados para encaminarlos al mejor interés (¿de quién?), sin importarles romper el de sus víctimas. «Gente de valores». Nunca mejor dicho.
Queda para otro día analizar la función del colegio. Pero, como ya me van conociendo, prefiero dejar ese asunto para cuando mi hijo no sufra la consecuencia de la soltura de mi verso. Ustedes ya me entienden.
Quede esto, hoy, como homenaje a Izán y a su grandeza. Y como vómito contra la gentuza que pudre nuestro mundo.