Opinión

Indignados

Ningún político alemán, portugués, británico, escandinavo o centro-europeo resiste en su cargo un solo día después de que se publique siquiera una mera sombra de sospecha sobre su persona

No ha supuesto ninguna sorpresa el nuevo episodio de descomposición protagonizado por los de siempre. Dos generaciones, dos, hemos sido testigos de sus chanchullos y corruptelas, sus enriquecimientos ilícitos, sus desvíos de fondos, el enchufismo, el engorde de administraciones con personal semi-analfabeto y ... la creación de puestos públicos innecesarios y el expolio a cara descubierta. Y, aunque a algunos de ellos no podamos llamarles «delincuentes» porque han sido indultados, siempre nos quedará el recuerdo de una condena del Tribunal Supremo en la que se describían minuciosamente los detalles que, en su conjunto, definen a un sinvergüenza.

Precisamente, por esa familiaridad con que la sociedad española se ha forjado con los fondos y formas de esa banda centenaria, las noticias sobre el hermano presuntamente ladrón, la esposa presuntamente ladrona, el ministro presuntamente ladrón y la también, presuntamente, no virginidad de la sobrina de éste último, no han provocado una escandalera sofocante, sino aguda chanza. Hace poco oí decir a Juan Soto Ivars, enfant terrible del periodismo patrio, que lo peor que puede ocurrirle a un gobernante es que provoque risa. Y estos se han convertido en un meme, es verdad. Pero -añado yo, modestamente- lo muchísimo peor que puede sucederle a un gobernado es que los de arriba tengan tamaña carestía de principios que la risa de los de abajo les de igual... y no pueda hacerse nada.

Nada puede causar más frustración al ciudadano cumplidor -y sostenedor de un estado fallido como el nuestro- que ni el sistema electoral, ni el ordenamiento jurídico, ni las fuerzas y cuerpos de seguridad, ni el adorno de Navidad que encabeza la Jefatura del Estado y ni siquiera, para colmo, el último recurso del humor, carezcan de entidad suficiente para poner freno a la orgía de corrupción protagonizada por esa piara.

Sírvase tener en cuenta que ningún político alemán, portugués, británico, escandinavo o centro-europeo resiste en su cargo un solo día después de que se publique siquiera una mera sombra de sospecha sobre su persona. Ello se debe al alto valor que en cualquier sociedad civilizada se otorga al concepto del «Honor», una idea carente de significado en nuestra España actual, a pesar de haber sido un elemento constituyente de nuestra vida e Historia. No es difícil recordar la coletilla de «pobre, pero honrado» que no pocas familias humildes usaban como orgullosa justificación ante el ruín asombro del señorito cuando comprobaba que la cubertería de plata permanecía en su sitio.

Hoy no existe honor, ni honra, ni sentido del deber ni, menos aún, de la decencia. Para encontrarlos, debemos salir de nuestras queridas y agujereadas fronteras. Y es lastimoso, porque hace bien poco se dio un episodio -digno de ser relatado por Pérez Galdós- en el que multitud de compatriotas estallaron en protestas, por todo el territorio nacional, clamando contra la corrupción, la precariedad laboral, el ahogo financiero, el enchufismo, las puertas giratorias, la carestía del coste de la vida y la falta de oportunidades para aquellos que no se plegaran al sistema. ¿Recuerdan? Amanecía la primavera del año 2011, el movimiento 15-M y un soplo de aire fresco que nos hizo pensar, siquiera por un momento, que la gente había puesto pie en pared. Que se puso punto y final al seguidismo, al sectarismo y a la falta de decoro y que hubiera sido posible que la ciudadanía, de una y otra acera, se uniera y elevara sobre la bazofia política que se ha dedicado a empobrecernos, a embrutecernos y a enfrentarnos para que, distraídos, no seamos capaces de descubrir sus juegos de manos.

¿Dónde está, hoy, esa ola indignada y enfervorecida por los precios del alquiler, de la hipoteca o de la luz? ¿Qué piensan -y dicen- hoy, sobre esta pandilla, quienes vomitaban culebras por los trajes de Camps, el jaguar de Ana Mato o los sobres de Bárcenas?

Darían pena si no produjeran tanta vergüenza.

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