Golfos
Hay algo que aterra a los golfos: que nuestros hijos se informen de quiénes son. Ayudémosles.
Mi hija «A.» tiene 17 años. Cursa segundo de bachillerato en un instituto público y, salvo por los problemas derivados de un divorcio incomprensiblemente problemático, que le afectan de forma lógica, es una niña feliz. Gracias a Dios, atrás quedaron los oscuros tiempos ... que pasó en el colegio y le ensombrecieron la adolescencia hasta el punto de anulársela. La actuación de los responsables de aquel centro «rico en valores» al respecto, sus directrices, desorientaciones y otras ramas bajas, forma parte de otro jardín en el que aún no toca meterme.
Hoy, mi hija disfruta plenamente de su juventud, rodeada de amigos diverti –y diversi– dísimos, apreciada y respetada, participando en mil cosas (tradiciones gaditanas incluidas), enamorada de Audrey Hepburn e interesada por los idiomas, la danza, el teatro y el cine clásico. Ignoro cuál será la deriva de su vida, pero al menos ya le veo los mimbres maestros sobre los que empieza a construirla. Y eso aporta un poco de serenidad a un corazón fragilizado de padre perdedor.
Lo que no deja de preocuparme es su falta de información y base formativa, indispensables para poder contrastar lo que le viene y formar su propio criterio sin dejarse contaminar. No es un mal que le aqueje solo a ella ni sea imputable a sus profesores, sino a la enorme desgracia que afecta a este país desde hace cuarenta años, por mor de ocho leyes educativas aplicadas a gusto del poder gobernante y cuya consecuencia la podemos ver a diario: jóvenes desconocedores absolutos de sucesos, acontecimientos y contenidos claves de la Historia, el Pensamiento y la Literatura occidental; licenciados universitarios incapaces no ya de debatir, sino siquiera de escribir o expresarse con propiedad; unas cámaras legislativas pobladas de analfabetos funcionales y unos gobiernos (de toda esfera y ámbito) ocupados por indigentes mentales. Les ha salido un negocio perfecto.
Viene el cuento a cuento porque el pasado viernes compartió en sus redes sociales el vídeo corto que muestra a la exesposa de Pablo Iglesias desde la Tribuna del Congreso de los Diputados recitando, con gesto adusto y voz afectada, las pamplinas que decían los chavales de un colegio mayor madrileño, dirigidas a sus compañeras vecinas, dando un espectáculo que ha herido gravemente la sensibilidad de la progresía y de personas que, como mi hija, son bombardeadas con tiktoks con el sesgo que interesa, con la finalidad de que sean difundidos sin cuestionamiento y mantener, así, el chiringuito.
Por eso le facilité las declaraciones de las muchachas supuestamente vejadas, quienes restaron todo tipo de importancia al tema porque se trataba de un juego, como bien demostraban esos otros vídeos en los que las chicas respondían a los cánticos con otros de tono mucho más elevado, dirigido a los gañanes. Pero nadie se ha escandalizado por las barbaridades proferidas con voz aguda.
También le remití el vídeo en que el marido de aquella capacitadísima ministra amenazaba a una periodista con azotarla hasta que sangrara. Y aquel otro en el que un tipo refugiado en su minusvalía cantaba pidiendo a una tal Dominga que le chupara la minga, rodeado por un coro de luchadoras por los derechos de la mujer partidas de risa. Todo ello ante una ministra cuya actitud fue bajar la vista y cerrar la boca, seguramente por tenerla llena de argumentos que justifican su cargo.
Para completar, le trasladé la subida de sueldo del presidente del gobierno y lo oportuno que ha venido el tema del Colegio Mayor para silenciar ese asalto. La respuesta de «A.» me dio mucha esperanza. Fue: «pues no lo sabía, debería haberme informado. Y así lo haré a partir de ahora».
Y eso es lo que aterra a los golfos: que nuestros hijos se informen de quiénes son. Ayudémosles.
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