Al filito
Extirpación
Hay ocasiones críticas en la vida en la que hay que decidir de forma realmente dramática, pechando con las consecuencias que ello conlleva
La desventaja con la que parto a la hora de enfrentarme a este folio para darle forma al artículo que hoy se les presenta es enorme, no podrán negármelo. Voy a escribirles en la confianza de que, entre la hora en la que remito este ... texto al periódico y el momento en que se lo lleva usted a su casa, el hombre profundamente enamorado no haya huido en un maletero abandonando a su suerte a su compañera e hijas (si es que son suyas. Porque de este... ya sabemos cuánto tenemos que creernos). Si eso no ha sucedido aún y usted es lector matutino, es posible que aún sea ignota la inaudita decisión de quien se ha revelado como un niñato ególatra que sufre una de estas dos dolencias básicas: le ha faltado un buen cate de pequeño o padece el exceso de los recibidos. Pero, con ese fulano... ¡cualquiera acierta! Así que he decidido no correr el riesgo y por eso la columna de hoy trata de la Salud.
La idea me surgió cuando, hace un par de semanas, acudí a un merecido homenaje que se le debía a uno de los pilares del Colectivo al que pertenezco, jubilado tras más de cuarenta años de servicio, cariño y amparo a todos quienes hemos tenido la suerte de tratar con él durante tan dilatada carrera. Al llegar, divisé -sentado- a otro compañero no menos importante, a quien hacía mucho tiempo que le perdí la pista. Acercándome para saludarlo, descubro que la silla en cuestión era de ruedas. Y que carecía de piernas.
Según me dijeron, una enfermedad bastante conocida comenzó a comerle por los pies (literalmente) y llegó un momento en que tuvo que decidir entre acabar devorado o seguir viviendo, aunque fuera a costa de parte de su cuerpo. Él estaba feliz y, según continuaron explicándome quienes bien le conocen, le quieren y le tratan, no era una pose. Se había acostumbrado a su nueva situación y medios de vida y, en lugar de amargura por las limitaciones, proyectaba paz y serenidad. Sobre todo... vivía.
Hay ocasiones críticas en la vida en la que hay que decidir de forma realmente dramática, pechando con las consecuencias que ello conlleva. Eso vale para una persona, una pareja o familia y hasta para un país. En España se pudo haber erradicado el desarrollo del gen terrorista del norte, territorio siempre tan esquivo a la civilización (sea esta romana, andalusí o de cualquier demostración más elevada que una danza con piel de cabra y sonar de cencerros). Pero la enfermedad del Caudillo y la proliferación de eunucos a sueldo de las potencias occidentales evitaron que aquella barbarie hubiera durado dos telediarios. De aquellos lodos y estiércoles hemos llegado a la infestación actual, una auténtica confirmación para tantos que torcíamos el gesto cada vez que algún esbirro informativo mencionaba aquel mantra de la 'bonomía' que imperaba en aquellas tierras.
Pronto le siguió el noreste, tan envidioso y ponzoñoso. Quizás alguno de ustedes aún recuerde aquella frase del 'patriarca' (el de los millones en Andorra) cuando se lamentaba: «¿Cuántos asesinatos debemos cometer para caer tan simpáticos como 'los del norte?». Lamento que encierra todo un tratado psicológico sobre la ruindad de un personaje y un pueblo que arropa a semejante escoria.
Ha llegado la hora de replantearnos el Estado. Cargar con dos miembros gangrenados solo nos reporta sufrimiento y desgarro, tal y como llevamos padeciendo en los últimos cuarenta años, en un camino cuesta abajo que inevitablemente culminará con el desprendimiento. Una vez desgajados por desgaste, ¿qué sentido habrá tenido el malgasto de miles de millones de euros en terapia, ortopedia y aún logopedia? Extirpemos, pues cualquier medida de ahorro terminará siendo beneficiosa para nuestro futuro, aunque necesitemos una década de fisioterapia. Nuestros abuelos y padres, bien dirigidos, superaron la peor ruina que pueda sufrir un país y lo convirtieron en décima potencia mundial. Solo necesitamos librarnos de lastre.
Ha llegado el momento de sacar el bisturí y segar la periferia putrefacta. Sobre todo porque la bacteria ha infectado el intestino, amenazando con un colapso multisistémico que nos lleve a la tumba. Aunque los gérmenes se hayan reproducido y abunden, resultan fáciles de localizar, sobre todo en estos días de primavera: como ciertos insectos que deben su existencia a la oscuridad de las cloacas, han salido en tromba a la calle cuando se ha fumigado el rincón donde engorda su reina.
No debemos dudar en usar la zapatilla. Sin complejos y con determinación, porque cada desagradable crujido nos reportará, a la larga, beneficio. Contradiciendo la mítica canción de Los Nikis, nuestros hijos no se merecen que la historia se repita ni una sola vez. Por eso hay que cortar la deriva.
De raíz.