Opinión

Errores judiciales

Los jueces se equivocarán persistentemente en favor de los mismos. Sus errores se resolverán como una cuestión menor, se les impondrá una sanción máxima de seiscientos euros y seguirán sonriendo en las portadas de prensa porque, quizás, ya no tengan que preocuparse jamás por el porvenir.

El ciudadano medio, en España, es un paria. Su vida dista mucho de la soñada y diseñada por sus padres, aquellos currantes que superaron adversidades y apuraron estrecheces para procurarles un futuro exento de las fatiguitas que ellos tuvieron que tragar. Fueron, ¡pobres!, los primeros ... engañados.

Ya he contado en alguna otra ocasión aquel momento preciso en el que, sin saberlo entonces, comencé a sufrir los efectos del embuste: mi madre me llevó al mítin que Felipe González dio en un pabellón Fernando Portillo, lleno a reventar de almas ilusas, en la campaña electoral «del Cambio» (1982) y, a la salida del mismo, le pregunté qué significaba ser «socialista». Yo tenía solo diez años, pero su respuesta marcó los diez siguientes de mi vida: «significa que tú podrás estudiar en la universidad».

Aunque pasaran los veranos y mis lecturas transcurrieran desde Los Cinco a las recomendaciones de mis queridas profesoras del Colegio Gadir, primero, y del Instituto Columela, después, y, por efecto consecuente, a escalones de mayor enjundia intelectual, mi adolescencia y primera juventud permanecían inalterables a la estafa. La inflación, el paro, el incremento de la delincuencia, la escalada del terrorismo vasco y cualesquiera otra aberración que se produjera en mi Patria pasaban de largo ante mis campamentos de verano, mis primeras barbacoas playeras y las estrenadas noches de sábado en el Bao-Bac. Yo era hijo de una madre soltera y obrera, vivía «al otro lado de la vía del tren», conducía un Vespino y, gracias a los socialistas, estudiaría en la Universidad. Cualquier otro discurso, simplemente, no me interesaba.

La cosa empezó a torcerse cuando lo de los «Chorizos Guerra». ¿Se acuerdan? Ahora muchos de mi cuerda reciben entre loores y vítores a don Alfonso. Lo comprendo. Yo mismo siento gran arrobo cuando veo a semejante personaje repartir estopa a la caterva que sorbe las babas del Felón, pero ya no soy aquel chaval que iba en ciclomotor oyendo «The Who» en su walkman sony, ajeno al precio del pan; y no puedo dejar de recordar, hoy, que bajo la sombra de semejante personaje se amparaba un delincuente que, bajo el título de «Surmano», fue acusado de cohecho, fraude fiscal, tráfico de influencias, prevaricación, malversación de fondos y usurpación de funciones.

¿A que viene que les rememore ahora este turbio asunto? Pues porque quizás no sean capaces ustedes de acordarse de que, de todo ello, la Audiencia Provincial sevillana solo condenó a Juan Guerra a un año de cárcel por usurpación de funciones y, ese mismo año (tiempo récord, incluso para la época), el Tribunal Supremo revocó la sentencia, ordenando la absolución.

Todo esto ha venido a mi mente cuando, como ustedes, leo -perplejo- que una serie de errores judiciales han favorecido a los acusados en varias causas abiertas contra personas que han abonado cuotas de la misma peña: el hermano de Ximo Puig, el ex – ministro Ábalos y la banda del «Plus Ultra», la ministra Magdalena Álvarez y la banda del Isofotón, el marido de la ex – directora de la Guardia Civil y, recién sacado del horno, un nuevo desliz de la Juez Bolaños (y van…) trae como consecuencia que 25 ex – altos cargos del PSOE, 25 (bragados, cárdenos y entrepelados), se libren de condena por conceder fondos públicos y millonarios a empresas afines. A ver, les traduzco: por haber destinado el dinero que a ustedes tanto esfuerzo les cuesta ganar a cosas muy distintas del arreglo de carreteras, mejora de la salud pública o viviendas sociales.

Miren: la cosa funcionará siempre igual. Los jueces se equivocarán persistentemente en favor de los mismos. Sus errores se resolverán como una cuestión menor, se les impondrá una sanción máxima de seiscientos euros y seguirán sonriendo en las portadas de prensa porque, quizás, ya no tengan que preocuparse jamás por el porvenir. Gobierne quien gobierne y, mientras el sistema perdure, usted pagará esa sonrisa, aquella multa y la cobertura del asunto.

¡Que bien les ha salido que todos hayamos podido ir a la Universidad! En caso contrario, a saber qué hubiéramos sido capaces de hacer… con una hoz y un martillo en la mano.

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