opinión
Enemigo a las puertas
De un tiempo a esta parte, cada vez es más recurrente ese desplante por parte de ese grupo de personas tan heterogéneo como miserable
Es posible que alguna vez le haya sucedido que, a la hora de compartir un suceso leído u oído, algún interlocutor cuestione sistemáticamente la veracidad del asunto alegando que la fuente de información está manipulada o se trata de un medio fascista.
De un tiempo ... a esta parte, cada vez es más recurrente ese desplante por parte de ese grupo de personas tan heterogéneo como miserable, unidos por una capacidad asombrosa de desdoblamiento: pueden defender sin pudor a delincuentes condenados por esnifarse y chingarse el dinero destinado a los parados o de certificar la veracidad del embuste de cualquier borracha a la par que linchan a la desgraciada cleptómana que distrae una crema hidratante del supermercado o silencian la violación de una menor de edad. Todo depende de la parte del embudo que elijan para tragar el fluido con el que alimentan su rencor y su frustración.
Lo vemos a diario: individuos de dudosa comprensión lectora tachando al medio que publica una noticia o una opinión sin siquiera debatirla. «Ese diario es un panfleto», dicen los mismos que, sin ruborizarse, te confiesan que no leen ni los nombres que aparecen en la papeleta depositada en la urna con orgullo de clase. Y así, con aquel mantra, evitan el trance de mantener la honra ante la publicación de una evidencia.
Estando así la cosa, he tenido la osadía de echar un vistazo a los diarios a los que esta masa le concede crédito para que, al menos, no puedan escaparse al grito de '¡franquista!' cuando se les restriegue por su rostro su miseria moral al preguntarles qué piensan hacer al respecto.
Resulta que tanto las biblias del progreso llamadas 'Público', 'elDiario.es' e incluso 'Deia' (el periódico que leen tantos hombres de paz) coinciden en publicar que el Congreso de los Diputados aprueba subir el 3,5% el sueldo de sus señorías. Es un dato certificado, además, por 'Newtral', ese Olimpo de la autenticidad universal. Y se da la circunstancia de que incluso el primer citado ha ilustrado con soltura (aunque en subtítulos pequeños y de tinta débil) que solo Vox y el Partido Popular se han opuesto a semejante violación.
Casualmente, conozco a un suscriptor de ese periódico. Se dedica a un oficio que le permite tener ciertas distracciones contables pero, aún así, le gusta impartir doctrina sobre la lucha obrera en cualquier conversación. Su cátedra de autoridad deviene por ser hijo de un trabajador de astilleros fallecido en trágico accidente laboral hace décadas y, a partir de esa desgracia, se ha creado una película en la que cualquiera que lea el ABC es cómplice de aquella. Y, como cada uno arrastra sus taras de la manera que mejor puede, quienes le conocemos lo aceptamos con sus defectos. Más no hay.
La cuestión es que, cuando «su» periódico publicó el pasado día 29 de septiembre la noticia del latrocinio, me encontré al tipo enfundado en una camiseta de la selección nacional de una república que no existe (idiota) y portando su guitarra. Como hacía tiempo que no nos veíamos, lo paré y –con cierto regusto– le pregunté por el tema. Me contestó que el asunto «tenía muchas aristas» y que le encantaría debatir conmigo pero llegaba tarde al ensayo con la comparsa. Y apresuró tanto el paso que llegué a sospechar que huía. No me hubiera sorprendido tanto si ese tipo no fuera el mismo que hace seis años tuve que defender porque exhortaba a aguillotinar a los «ladrones del bipartidismo que oprimían al pueblo para su propio beneficio». Literal.
Hoy calla, se deja la uña larga y se viste de faralaes. Mañana, pondrá una equis en una papeleta que regale sueldos y prebendas a unos golfos. Lo hará con el puño levantado. Y será feliz pensando que su padre estaría orgulloso de que un imbécil toque tan bien la guitarra.
Tenemos al enemigo en casa. ¿Estamos ya perdidos, o aún podemos reaccionar?
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