Opinión

El drama de Verónica

Durante la semana pasada la bendita prensa local nos ha tenido en vilo con la historia de Verónica, la jovencísima madre gaditana sin más familia en el mundo que sus hijos

José Colón

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Durante la semana pasada la bendita prensa local nos ha tenido en vilo con la historia de Verónica, la jovencísima madre gaditana sin más familia en el mundo que sus hijos -dos criaturas de 4 y 12 añitos- sobre la que pesaba una orden de desahucio que los arrojaba a la fría calle sin remedio.

Si dura era la noticia, más difícil de digerir fue el relato de su vida. Una sucesión tras otra de ese tipo de tragedias que siempre machaca a los mismos, resultan tan complicadas de narrar a una sociedad que solo quiere divertirse y hacen quebrar los cimientos de todo tipo de fe, menos la de quienes la tienen tan blindada como el rostro.

Verónica se enfrentaba a las consecuencias de una condena por ocupación ilegal de una vivienda, pero ella no era una «okupa» al uso. A esa casa accedió con sus llaves, las del único hogar que conoció y en donde su tía la recogió y crió como una hija y porque era el único sitio donde podría refugiar a sus hijos cuando el propietario del pisito que tenía alquilado la echó para poder venderlo.

En todo momento quiso regularizar la situación. La casa en cuestión -vacía- era propiedad de la Junta de Andalucía y, a pesar de su situación de vulnerabilidad y de su disposición a abonar los recibos pertinentes, no encontró más respuesta que una desalmada demanda ante el juzgado exigiendo su desalojo.

Esa madre ha pasado, clamado y suplicado ayuda por todas y cada una de las ventanillas que este Estado elefantiásico coloca como barreras implacables que dificulten la resolución de los problemas del ciudadano. Detrás de ellas, no ha encontrado un atisbo de caridad en una sola alma, aunque aguardara para hacerles llegar sus ruegos cuando volvieran del desayuno.

¿Saben qué es la «Agencia de Vivienda y Rehabilitación de Andalucía»? Alguno de ustedes -que les conozco- podría contestar diciendo que se trata de un chiringuito más (de las decenas existentes) creados para que algún inflaglobos profesional pueda seguir sorbiendo Campari a cargo del presupuesto. Pero comprenderán que yo los corrija y les explique que esa institución tiene la encomiable y noble tarea de «servir a los intereses de la mayoría social, con especial atención a la población más vulnerable» (según extraigo literalmente de su página web).

Pues bien, sepan que el contribuyente andaluz tiene en nómina a una plantilla de 584 empleados de esa eficacísima Agencia. Les repito el número: 584. Por su parte, «Procasa» (la empresa municipal gaditana de la vivienda) mantiene a 37. A eso debemos sumarle muchos otros servicios que pagamos para tratar este tipo de asunto: programas de «protección de menores» -autonómico y municipal-, Consejería de Inclusión Social (con sus delegaciones, subdelegaciones y superintendencias varias…) y un largo etcétera.

Y, a pesar de tan magnífica y eficiente maquinaria administrativa, ha tenido que ser la Prensa (gracias a Dios, aún eso nos queda) la única que, apareciendo en el último momento para mostrar el drama y la injusticia de esa pobre chica, ha logrado el milagro de que el alcalde, el juzgado, los servicios sociales y hasta la sección «Gamma» del Pentágono se hayan puesto de acuerdo para parar la vergüenza.

Afortunadamente para Verónica y sus hijos, el asunto podrá encarrilarse de alguna forma. Pero, en cuanto respecta a esa tropa que desangra nuestro presupuesto, no duden que volveremos a enfrentarnos, algún día, con la salvajada de que un chiquillo de cuatro años le pida a los Reyes Magos el milagro de que no le echen de su casa, porque no habrá un solo «servidor público» que lo evite a tiempo.

Vuelva usted mañana, que van a dar las dos.

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