¿Diferentes o...?
Les confieso que, en mis vistazos a la prensa cada vez que algo así se publicaba, nunca he ido más allá del titular, salvo en esta ocasión
Dos noticias, de entre las acaecidas esta semana en Cádiz y aparentemente disociadas entre sí, me han motivado a volver a contrastar nuestro curioso país con todo lo que se ve por ahí afuera y a recuperar una antigua duda sobre nuestro carácter patrio: ¿siempre ... hemos sido así de imbéciles?
Me explico y centro, que ya conozco las opiniones sobre mis derivas. Primera cuestión: La aplicación de la Ley de Costas y sus efectos. Es decir: la eliminación de los chiringuitos permanentes en las playas de Cádiz (como en todas las ciudades costeras y playeras) y, si acaso, permitir su montaje y explotación solamente durante el verano, como gentileza excepcional. O sea, darle un nuevo golpecito de gracia a la maltrecha economía de una ciudad carente de otra industria que la turística y al empleo. Ellos, los legisladores y el brazo ejecutor gubernativo, que tanto trabajan por llenar las ollas de nuestras casas y procurarnos unas condiciones dignas de vida.
Siempre tendrá a mano a algún cuñado vecino votante del PSOE (aunque no lo crean, aún hay alguno no escondido) que justifique tal proceder por la preservación del medio ambiente, la protección del planeta y el ajuste con las «legislaciones de nuestro entorno», muletilla usada comúnmente por todo aquel ignorante, desconocedor de leyes y realidades, que sigue consignas que otros les leen para mantener el puesto en una Diputación Provincial (por ejemplo).
Cualquiera que haya salido «por nuestro entorno» habrá visto cosas que no creerían, sin necesidad de cruzar la Puerta de Tannhäuser: entorno natural explotado (a la par que cuidado: lo uno sin lo otro no funciona), permisividad y facilidades para la iniciativa empresarial. Porque a cualquier gobierno, de cualquier ideología, de cualquier país, lo que realmente le interesa es mantener a sus ciudadanos «conformes». Y eso solo se consigue de dos formas muy básicas: creando empleo o dejando que otros lo crean. Todos usan de sus recursos propios y, si tienen la suerte de tenerlos, los naturales son los que mayores beneficios reportan al conjunto. Pero España, amigos, es diferente. Y conste que no quiero tratar aquí el regocijo del gobierno municipal ante la posibilidad de aplicación taxativa de aquella Ley. Porque entonces tendría que decirles que se confirma la duda expuesta en el primer párrafo y me quedaría sin texto para el resto del artículo.
La segunda noticia, que en realidad no lo es por el doble motivo de reiterarse con asiduidad y porque, más allá del chiste, importa bien poco al ciudadano común, es la incautación de decenas de kilos de holoturias.
Les confieso que, en mis vistazos a la prensa cada vez que algo así se publicaba, nunca he ido más allá del titular, salvo en esta ocasión. Conocía (como cualquier otro desinformado, pero sin enchufe en la Diputación) que era un producto interesante para los chinos y poco más. Hasta que el tratamiento que el periódico dio a la última actuación policial motivó mi curiosidad y descubrí otros datos sustanciales e imprescindibles para seguir viviendo, como la función depurativa que tan bonito bicho realiza en nuestros fondos marinos. No obstante, también me enteré de las inmensas propiedades nutritivas y cosméticas que poseen y el altísimo valor que tienen en el mercado.
O sea, resulta que nuestra costa es rica en holoturias. Un ¿animal? que nos deja indiferentes y cuya abundancia podría reportar unos pingües beneficios si se ordenara su explotación y comercialización como ocurre con las coquinas, el atún o el venado en temporada de gran cornamenta.
Pero unos chicos sin corbata comentaron en su día que de estos pepinos dependía la pervivencia de nuestro fondo marino en el 2300. Año en que nada de eso nos preocupará porque España será provincia china y nuestra costa se habrá ampliado gracias a las islas de plástico que crearemos a imagen y semejanza de nuestros nuevos señores, a quienes el ecosistema, la legislación y la paparda les importa un auténtico y enorme carajo.
De mar.
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