La Diada
Cada pueblo es libre y soberano para celebrar lo que estimen oportuno, aunque sea inventado
Cada pueblo es libre y soberano para celebrar lo que estimen oportuno, aunque sea inventado. A estas alturas de la Historia, el nivel de alfabetización de la población portadora de DNI con bandera rojigualda es del cien por cien, por lo que si aún queda algún memo que continúe pregonando que la Guerra de Sucesión española fue una guerra de secesión territorial, que Rafael Casanova fue un héroe abnegado o que los borbones suprimieron libertades populares con su victoria, no es por ignorancia, a pesar de que ese sea el mal que aqueje a los fronterizos que atiendan tal relato.
El once de septiembre de 1714, tras un largo asedio, la ciudad de Barcelona cayó ante las tropas de Felipe V, en el escenario de una guerra entre familias reales europeas que se disputaban la hegemonía del continente. En ese enfrentamiento importaban bien poco los derechos de la ciudadanía, el bienestar del pueblo o la defensa de sus tradiciones. Lo único que interesaba era hacerse con el trono y, por ende, con las riquezas que éste podía exprimir.
Barcelona (que no Cataluña) luchaba a favor del Archiduque Carlos de Austria, pretendiente al trono de España frente a Felipe d'Anjou, gabacho borbón que se impuso como Felipe V y del cual desciende nuestro utilísimo Rey. Y merece la pena subrayar lo indicado al inicio de este párrafo, pues otras ciudades –por ejemplo, la mismísima Vic– lucharon a favor del Borbón, lo que no será obstáculo para que en esta bonita localidad hoy alcancen el paroxismo nacionalista propio de un burro borracho.
Curiosamente, los austracistas (partidarios del Archiduque) defendían la unidad de España, pues creían que una monarquía borbónica no haría de este país sino un satélite de Francia, ávida de rapiñar el oro americano. Madrid y Toledo, por ejemplo, fueron ciudades que –como Barcelona◘ lucharon contra el borbón y defendían lo mismo que los barceloneses. De hecho, el general Villarroel, que mandaba las tropas que defendían la Ciudad Condal, arengaba a sus soldados diciéndoles «estáis luchando por nosotros y por toda la nación española» mientras aguantaban la arremetida final de tropas francesas.
Así que la próxima vez que usted pasee por las inmediaciones de la fabulosa basílica de Santa María del Mar de Barcelona y observe la plaza 'Fossar de les Moreres', lugar donde se conmemora a los caídos en la batalla con toda la parafernalia victimista-nacionalista que tanto rédito da, no olvide que allí yacieron los defensores de la unidad de España en un enfrentamiento contra tropas francesas mandadas por un general escocés (Duque de Berwick), siguiendo órdenes expresas de un rey borbón.
Y, si en lugar de hacer turismo por aquellas simpáticas tierras optan por dejarse los dineros en Cádiz, sepan también que el 23 de Agosto de 1702, una inmensa flota anglo-holandesa, enviada por los Austrias y cargada con catorce mil hombres, pretendieron tomar nuestra ciudad, solo defendida por quinientos soldados al mando del Marqués de Villadarias, que –junto con el apoyo ciudadano– frustraron los planes de invasión. En su huida, el ejército extranjero saqueó El Puerto de Santa María y Rota, pero no encontrará hoy ningún tipo de antipatía hacia los foráneos, no oirá ninguna canción vengativa ni leerá ninguna línea de victimismo amargado en ninguna placa callejera. Ni siquiera es festivo ese día de agosto.
Aquí nos gusta celebrar la Vida. Y la Verdad.