El desmontaje
No hay nada como una campaña pre-electoral para hacer que las cosas funcionen
Por fin nuestro sacrificado y trabajador líder local ha dado orden de desmantelar los numerosos campamentos urbanos que han transformado nuestros parques y plazas en estercoleros. Bastó la denuncia de una reyerta y un herido por navajadas a diez meses de las elecciones municipales para ... que el insigne prócer decidiera que esta ciudad merezca ser atendida.
No hay nada como una campaña pre-electoral para hacer que las cosas funcionen. Esa máxima opera en cualquier ámbito administrativo, pero no hay otro como el municipal para comprobar de primera mano las bondades de su ruín ejercicio.
Es evidente que todos ganamos con el teatrillo. Entre una oposición desnortada que saca a sus cachorros a señalar las evidencias y un gobierno –absolutamente antónimo, en su ejercicio, a su denominación– que empieza a ejercer sus obligaciones en el último minuto, el ciudadano pagano contempla, al fin, que sus apuros por llegar a fin de mes para mantener a la tan inútil como nutrida cohorte funcionarial que nos esquilma tienen algún tipo de recompensa. Se baldean las calles 'empercochás', se retoman obras abandonadas y se publicitan proyectos de mejora de los problemas que llevan denunciándose desde la última toma de posesión y que solo han obtenido como respuesta, en ese ínterin, el izado de alguna banderola o alguna ridícula y vergonzante soflama reivindicatoria protagonizada por uno que no ha doblado la espalda más que para sentarse frente al médico que firma la baja laboral.
Francamente, no importa que unos se muevan por su ansia de obtener carguito u otros por el pavor que les produce ganarse el pan sin el sudor de los de enfrente. Si por mi fuera, contribuiría a gusto para mantener a toda esta red parasitaria si todos y cada uno de los años de su gestión política tuvieran el mismo pulso que los pre-electorales. De hecho, creo que la Carta Magna habría de reformarse en cuanto al tiempo de mandato, reduciéndolo a un año. Sinceramente, creo que el malgasto electoral anual se vería compensado, con creces, con la dinámica que forzosamente tendrían que emplear todos estos inútiles para mantenerse en la moqueta y permitirse la convidá de Campari y el cuele en algún chiringuito donde no se precise saber leer para trincar cinco mil del ala cada mes.
Como les decía: da igual el motivo por el que actúen así si de ello se desprende un verdadero beneficio para la comunidad. Lo triste y lamentable es que la merma de todos estos tipos les impida vislumbrar la ganancia que obtendrían si dejaran que profesionales dotados de los recursos que ellos carecen gestionaran las necesidades ciudadanas de la forma más justa, equitativa y eficaz posible.
Seguiríamos engordando zánganos, sí. Pero estos estarían entretenidos con sus celebraciones, sus eructos y sus resacas y el currante obtendría, a cambio, una ciudad impecable, unos servicios de calidad y una sensación de que su sacrificio sirve para algo, por mucha sanguijuela que se le adhiera en cada charco que aquellos crean para que sirva de nido.
Al día de hoy, visto lo visto y habiendo certificado –tras años de quijotismo cerril– que esto no hay quien lo corrija, sería lo más aproximado a la Utopía que soñó Thomas Moro. Una obra desconocida para los gestores de la res-publica, como tantas que aún no se han llevado a la televisión.
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