Opinión
El ChaCachá
La inauguración del tranvía que debería haberse solventado de forma sencilla, que no contribuyera a perder más tiempo ni más dinero en un servicio que, desde su nacimiento, resultará eternamente deficitario
Valcárcel y sus líos; la Ciudad de la Justicia y sus burlas; el nuevo Hospital y sus embustes; el Portillo y sus vergüenzas; y, como guinda, el Trampatren de la Bahía. En Cádiz hemos vuelto al inicio del siglo, si es que alguna vez nos ... hemos movido. Parece inconcebible que una ciudad como ésta, que recibe tantas adhesiones inquebrantables de forasteros como plañidos quejumbrosos de los empadronados, muestre tan confesada incapacidad para avanzar.
Llevamos estancados decenios sin que nadie haya tenido la capacidad de integrar a toda la ciudadanía y sus representantes en un Plan de Ciudad capaz de limpiar el moho y la herrumbre que mantiene anquilosada a la Señorita del Mar, que de tanto ir a la playa se ha quedado arrugada y sola.
Tenemos una clase política que solo sirve para retratarse sorbiendo las babas del mandamás, como comprobamos el pasado miércoles y vimos al día siguiente, en la prensa, con ocasión de la puesta en servicio del tranvía.
Un acto que debería haberse solventado de forma sencilla, que no contribuyera a perder más tiempo ni más dinero en un servicio que, desde su nacimiento, resultará eternamente deficitario.
Quedan al margen las obviedades sobre sus evidentes taras (horarios, cobertura, eficiencia…). La cuestión que traigo aquí es: ¿tan poco trabajo tienen en la Junta, los ayuntamientos y la Diputación como para perder una mañana entera en darse palmaditas en la espalda, montarse una hora haciéndose fotos en un vagón y encantarse de volverse a ver? ¿Cuánta gente viajaba en ese trayecto inaugural? Y, lo más preocupante, ¿cuánto dinero público se perdió esa mañana en semejante improductividad sonriente?
El problema que aquí tenemos es la falta de valía. Esa que lleva a cualquier mandatario a quebrar los palos en las ruedas que le ponen los propios y los ajenos y romper las conveniencias y las falsedades en defensa de quienes representa. No mediante declaraciones en la prensa, eructando con un altavoz ante una masa violenta o izando banderitas de colores, sino poniendo lo que hay que poner para salvar la traba.
No se equivoquen, no estoy exhortando a exhibir ningún tipo de bravura ibérica. Eso sería imposible, teniendo en cuenta el paño. Me refiero a suplir con eficacia, capacidad y valentía (política) toda la antinomia que sufre el contribuyente desde que decidimos dotarnos de este maravilloso sistema en el que elegimos a los mejores para que velen por nuestros intereses.
¿Qué sobrecoste ha tenido el trampatren? ¿Qué intereses se esconden tras los inverosímiles obstáculos que impiden el desarrollo urbanístico de esta ciudad y que avance, siquiera de la misma forma que lo hace su entorno? Investigación y denuncia de los responsables, con exigencia de devolución de dinero al erario público y pago de daños y perjuicios.
Y si la causa del freno no obedece a los dictados de ningún conciliábulo, sino que resulta tan simple como la negligencia, ignorancia o incapacidad del fulano de turno: destitución inmediata e inhabilitación para no volver a hacer daño y malgastar el dinero que tanto trabajo nos cuesta ganar.
Mientras no apoyemos masivamente que eso ocurra y sigamos votando a tantos que entraron en ese tren sin que se les cayera la cara de vergüenza, seguiremos cayendo en el pozo. Y estos seguirán flotando.
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