Al Filito
El campo en lucha
Recibimos las movilizaciones como quien agradece la venida de un temporal en plena sequía severa
Trato de hacer memoria y no encuentro una demostración de apoyo popular tan masiva y abnegada hacia las reivindicaciones de un colectivo. A pesar de habernos convertido en un pueblo acomodado, blandito y acaparador de papel higiénico a las primeras mal cambiadas, nos mostramos sorprendentemente ... comprensivos con los bloqueos en carreteras, estoicos ante la amenaza de desabastecimiento y solidariamente comprometidos con nuestros Hombres del Campo.
Recibimos las movilizaciones como quien agradece la venida de un temporal en plena sequía severa, aunque el torrente tenga la ocurrencia de llegar en pleno Carnaval. Muchos han sido los afectados y no pocos los perjudicados, pero a ningún bien nacido se le ocurre el mínimo reproche. Allá donde aparecen son aplaudidos, coreados y aupados y no hay tertulia de barrio donde no se les reconozca razón.
La adhesión es unánime, con independencia de las singularidades y provincianismos propios de nuestro insoportable país y su universo de banderitas multicolores. Porque la revuelta no es política, sino popular, en su raíz más literal y humana, capaz de servir de vínculo de unión entre las distintas sensibilidades que portan dni.
Sin embargo, en los últimos días hemos contemplado como la maquinaria productora de estiércol gubernativo está dedicándose a tratar de descalificar a los agricultores, según su corrompido entendimiento, «tachándolos» de «fachas» o «ultraderecha», con el apoyo desvergonzado de los líderes sindicales y los ladridos de los perros a sueldo, esparciendo sus defecaciones de ideario en redes sociales.
Ante semejante posicionamiento, muchos ansiamos el siguiente movimiento, ya anunciado en algún canal de mensajería: hacer rebosar de estiércol los alrededores de palacios, sedes ministeriales y residencias de responsables políticos. Mientras escribo estas líneas, leo comentarios relacionados con hacer lo propio con la ceremonia de los Premios Goya, ese encuentro anual de millonarios subvencionados en agradecimiento por llenarnos la vida de belleza y excelencia artística y donde, entre copitas y polvos de fama, se habrán leído mensajes de apoyo a terroristas, asesinos y tarados varios. Ya me estoy adelantando mucho, pero si he dado en el clavo y se cumplen los vaticinios, es posible que, cuando ustedes me lean, estos sufridos trabajadores del Campo hayan regalado a los artistas la materialización de sus deseos antes de salir al escenario: ser cubierto de mierda.
España está harta y falta. Harta del abuso, la mentira y el expolio. Y falta de líderes, de referentes morales y ¡ay! de luchadores dispuestos a plantar cara al Mal. Por eso este ejército pacífico, pero poderoso, de tractores y hombres de palabra, con manos callosas capaces de silenciar bocas de vagos y maleantes sin tocarlas, es acogido calurosamente como si fuera una fuerza de liberación. Por fin, una reacción significativa ante tanta y tan absurda imposición ideológica, política, regulativa y extractiva y un grito de «¡basta ya!» al que tenemos la obligación moral de apoyar y unirnos, pues el enemigo es poderoso y no podemos esperar ninguna otra ayuda.
Al hilo de esto último, merece subrayarse especialmente la actuación deleznable de la Policía en este conflicto, similar en contundencia, intransigencia y agresividad desmedida a la empleada con los manifestantes pacíficos ante la casa de lenocinio de la calle Ferraz y tan radicalmente distinta a la empleada en nuestras fronteras ante la invasión constante, con los delincuentes que asolan nuestros barrios o con los terroristas callejeros del norte y noroeste. Porque el mantra de la obediencia debida y el cumplimiento de órdenes no puede servir de refugio ante una carencia absoluta de sentido de la dignidad y de un mínimo atisbo de una ética personal básica, consustancial a cualquier ser humano, por limitada que sea su capacidad intelectiva, capaz de indicarle la diferencia entre el Bien y el Mal o, en lo que nos ocupa, entre servir a la Ley o como marioneta de una política sectaria y antidemocrática.
Muerden la mano que les da de comer y, bajo el mismo principio de jerarquía, sirven de peones desechables y carnaza en Cataluña. Quizás deberían advertir dónde se sitúa el enemigo. Y dejar de cargar hacia el lado equivocado.
Ver comentarios