Opinión

El Cabessa, la Madrugá y ese Cádi

Ninguna de las tres «C» que conforman la patria sentimental del gadita se conforma con un nicho periodístico

Avanzamos en el calendario y, aunque en las portadas de nuestros periódicos locales aún continúen apareciendo noticias relacionadas con personajes del Carnaval (siempre apodados: Nunca antes un distintivo lumpenario había alcanzado semejante cota de alcurnia), poco a poco van siendo sustituidas por las que informan ... sobre las vicisitudes que afectan a las Cofradías gaditanas en este tiempo de Cuaresma.

Titulares sobre techos de palio, encuentros de pregoneros o dorados de canastilla conforme a los estatutos que los Hermanos Fundadores establecieron hace trescientos años... Para cualquier forastero interesado en leer la prensa local, habrá comprobado con sorpresa que en este cantón se ha pasado, sin solución de continuidad, de la risa floja y huera que -según los cánones- debe adornar cualquier entrevista que se haga a un comparsista, al gesto adusto y circunspecto con el que toca posar cuando se informa a la opinión pública del tremendo significado que conlleva la adquisición de dos nuevas trompetas que acompañen al «senatus» abriendo un segundo tramo.

Por suerte, el forastero que haya decidido pasar un tiempo entre nosotros no perderá de vista, en ningún momento, que se trata del mismo lugar. No hará falta más que la omnipresente presencia del Cádiz Club de Fútbol. «Ese» es el eje transversal, integrador y fundamental de nuestra rica idiosincrasia.

Ninguna de las tres «C» que conforman la patria sentimental del gadita se conforma con un nicho periodístico. No basta un suplemento puntual, una página impar o la propia cabecera. No. Esos hechos diferenciales necesitan -los tres- copar todo el espacio que, en cualquier otro lugar del mundo que tuviera la inmensa suerte de contar con medios de comunicación locales seguidos y respetados, se utilizarían como auténtica herramienta de control a los desmanes políticos y administrativos que sufrieran sus vecinos. Aquello del Cuarto Poder, ya saben. Y no les hablo de la Mitología Escandinava, aunque lo parezca.

No me confundan. He disfrutado del Carnaval como pocos en esa particular dimensión (hay una leyenda sobre un tipo con camisa roja en la Calle Londres), logré cumplir uno de mis pequeños sueños cuando tuve la fortuna de salir en un coro y siempre busco la forma de seguir el Concurso allá donde esté. Por otra parte, he tenido épocas de mi vida en las que he vivido el ambiente cofradiero desde bien dentro y las conservo como preciosos retales de mi memoria. Respeto profundamente, además, a quienes -gratis et amore- dedican al mantenimiento de esa tradición un tiempo y energía preciosos en este mundo de intereses y beneficios inmediatos. Y, si les hablo de mi equipo de fútbol, podrían quedarse con la anécdota simplista de haberme puesto la bufanda amarilla y azul en los grandes estadios de España. Pero prefiero dejarles el comentario que hizo mi padre después del último partido al que tuve la suerte de ir de su mano (contra el Zaragoza, liga 81-82, cuando al Cádiz no le llamaban «submarino amarillo» sino «Matagigantes», ¡figúrense!): «no voy más con este niño, que me va a buscar una ruina». Y no me llevó más. Me regaló aún muchos años más de su vida, pero no se atrevió a volver a llevar al estadio a ese pequeño fanático.

Así que, a «gaditano», muchos podrán igualarme, pero pocos superarme. Y, mostrada ya mi limpieza de sangre, debo decir que me apena que en esta ciudad abandonada, abusada y moribunda se rellenen decenas de páginas con cuestiones que no deberían superar el espacio de un «breve» mientras se hurta espacio a la exposición, denuncia y señalamiento de las miserias que impiden que esta islita recupere algún día siquiera la sombra de lo que alguna vez fue.

Comprendo que se trata de vender. Pero alguna vez habrá que preguntarse qué se puede comprar con un subsidio…

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