Al filito
Bajo el fango
Hay ocasiones en que lo que acontece debe quedar impreso de forma indeleble para evitar su olvido o dilución por mor de maniobras postreras. Sobre todo, cuando se trata de un acto criminal
Al momento en que comienzo a escribir esta columna, tarde del viernes 1 de Noviembre, el número de víctimas mortales a consecuencia de la DANA, la negligencia y la incompetencia asciende a 205 personas. Es pronto aún, tanto para hacer el horroroso recuento definitivo -que, ... desgraciadamente, tardará días en cerrarse- como para ponerse a redactar un artículo por parte de quien acostumbra a agotar el tiempo concedido con el único objetivo de ajustarlo la actualidad.
Ciertamente, no es solo esa finalidad la que me lleva a remitir estas líneas a la dirección del periódico, cada domingo, cuando suena la campana. El otro motivo es el intento de ponderación. El tiempo es valioso aliado de la prudencia y casi nunca es acertado expresar lo que uno siente en momento de alteración extrema. Pero hay ocasiones en que lo que acontece debe quedar impreso de forma indeleble para evitar su olvido o dilución por mor de maniobras postreras. Sobre todo, cuando se trata de un acto criminal.
Al momento en que comienzo a escribir esta columna se suceden muchas noticias dispares. Ignoro si terminarán siendo confirmadas o no, ocultadas, manipuladas o, simplemente, borradas por el Ministerio de la Verdad, de ahí que el propósito de esta reseña sea que ustedes las conozcan en esta mañana de lunes y las tengan en cuenta siempre.
En un medio puedo leer que se ha presentado una denuncia contra la directora general de la AEMET por homicidio imprudente. Según el texto de esa denuncia, presentada por Manos Limpias, durante los días previos al impacto de la DANA, expertos de todo el mundo avisaron de la desdicha que podía ocurrir en España y, mientras tanto, se mantuvo sin reparar un radar metereológico situado en la zona de Valencia. Se añade también que el primer aviso enviado a los móviles, a través del servicio de alerta, no se dio hasta pasadas las ocho de la noche, cuando las poblaciones afectadas llevaban horas inundándose.
Se han reportado incontables saqueos de comercios, viviendas y vehículos -aún con cadáveres en su interior- por parte de esos incivilizados a los que no se puede denominar «salvajes» y a quienes no les basta con venir a aprovecharse del contribuyente vivo, sino que también imponen su ley de la jungla sobre los muertos, ante la pasividad absoluta de quien puede -y debe- mostrarles las consecuencias inmediatas de morder la mano de quien te da de comer y te aloja en un hotel de cinco estrellas.
El mismo día de la tragedia, esta mancha repugnante de supuestos representantes «del pueblo», a quienes cada día que pasa se hace más complicado mentarlos sin llamarlos como merecen (ellos y toda su extirpe), se reunió de urgencia para acelerar los nombramientos de once parásitos que, a razón de cien mil euros por cabeza chupóptera, viven días de vino y rosas mientras se rescatan cuerpos de bebés del interior de coches apilados en una autovía.
En este punto del escrito dan las nueve y media de la noche. Hasta hace unas seis horas, aproximadamente, no se ha decidido enviar al Ejército a la zona afectada. Por ahora, el número de efectivos no llega aún al de asesores que el fulano enamorado de la India mantiene a su servicio a costa nuestra, aunque es seguro que el de soldados aumentará, pues el tsunami de vergüenza que está provocando la marea ciudadana movilizada de forma autónoma y voluntaria es de tal magnitud que es capaz de sonrojar a cualquier miserable envilecido.
Han pasado tres días. Tres días en los que se han sucedido las llamadas de socorro y petición de ayuda, a través de todo tipo de redes sociales, de ciudadanos desesperados por el hambre, la sed y el abandono. Hasta el momento en que esto escribo, no ha llegado agua suficiente, ni comida, ni ayuda. Lo que sí ha llegado es un helicóptero del Ejército del Aire portando una carga inútil. Un lastre cuya pérdida podría haberse aprovechado para realizar las labores de rescate que, seguramente, hubieran deseado llevar a cabo los tres militares que forman su tripulación.
El recuerdo de lo que había dentro hubiera quedado sepultado bajo el fango. Y nadie hubiera mostrado más interés en el asunto. Fango bajo el fango.
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