Opinión
Esto tiene arreglo
Mis amigos catalanes protestan ante la idea: «¿Qué será de nosotros?», reclaman
La respuesta simple viene de la mano de un cambio en la ley electoral. Recuperar para el derecho de sufragio aquella máxima sencilla y perfectamente democrática de «un español, un voto», de tal forma que la papeleta de un tipo de Gerona tenga el mismo ... valor que la de un señor de Murcia, por ejemplo. Y no, como sucede desde que el Generalísimo dejara todo atado de aquella forma, que una peña de Sestao obtenga cuatro diputados en el Congreso mientras a los gaditanos nos cueste llenar el Carranza para mandar a un «representante» a Madrid.
No obstante, según la Constitución (ese texto cuyo cumplimiento solo se exige si eres «de derechas»), se necesitan tres quintos de la Cámara (es decir, 210 diputados, de 350) o dos tercios (233), si lo anterior no es posible. Es decir, una utopía hoy en día.
«El Estado espanyol», como escriben ridículamente en cualquier medio de comunicación catalán cuando se refieren a España, está poblado por aproximadamente doce millones de sujetos a quienes, en el mejor de los casos, se les consideraría «enemigos de la patria» en cualquier país comunista; o incluso en este mismo, si el régimen «libertario y democrático» republicano no hubiera sido derrotado por el General Franco en 1939. Basta recordar cómo Manuel Azaña ordenó la masacre de veintiocho muertos de hambre en Casas Viejas en 1933; se envió al abuelo de Zapatero a comandar las tropas que hicieran frente a la revuelta minera de Asturias de 1934; o cómo el gobierno declaró el «estado de guerra» en Cataluña, ese mismo año, cuando los del nordeste proclamaron su independencia. Y eso solo en suelo ibérico, pues si acudimos a la historia de la depravación soviética, podemos adivinar -sin riesgo a equivocación importante- qué destino se daría a quien actuara con el objetivo de socavar los cimientos del sistema. De su sistema.
En estos días se ha evidenciado que no podemos contar con un solo miembro de esa enorme masa parasitaria para lograr reformar las instituciones, por lo que ha llegado el momento de replantearse la situación: un referéndum nacional. Y aguardar la sorpresa.
Por defecto profesional, siempre he defendido la bondad del procedimiento judicial de extinción del condominio cuando dos no quieren seguir unidos por una propiedad y no hay en juego intereses superiores que aconsejen mantenerla. En la cuestión que se nos presenta hoy, siendo prácticos, el único «interés superior» que podría ser relevante a la hora de elevar un muro en el Ebro es la economía. Es decir, la consecuente y supuesta ruina económica que supondría para España el desgajo. Y esto… ¿es suficiente amedranto para permanecer bajo la coacción permanente de estos secuestradores?
La Guerra Civil vino seguida de un periodo de hambre y miseria que se prolongó durante diez años (hasta 1950). Durante los siguiente nueve años, se experimentó un proceso de estabilización. Y, a partir de 1959 -hasta 1975- se vivió un periodo de crecimiento y esplendor jamás visto (ni antes, ni después) en todo el Continente. Ergo, si nuestros abuelos y padres fueron capaces de superar la adversidad que supuso aquella tragedia, nosotros no deberíamos tener tanto problema en hacer lo propio si nos tocara afrontar este cisma. Sin sangre, sin destrucción, con mejor formación… Es cierto que no tendríamos -ni por asomo- la dirección y gerencia de aquella época, pero contaríamos con la tutela de nuestra amada Unión Europea, que no nos dejaría caer. Al fin y al cabo, somos su servicio. Y ningún señorito quiere perder a su mejor criado.
¿Ventajas? Nos libraríamos del chantaje permanente y del lastre, tendríamos pensamiento, unidad y objetivo nacional y la ciudadanía recuperaría la libertad de equivocarse, con la tranquilidad de poder cambiar el gobierno, si este defrauda, sin temor a que un delincuente pudiera vender a su madre al enemigo para mantenerse en el poder.
Mis amigos catalanes protestan ante la idea: «¿Qué será de nosotros?», reclaman. No quieren la independencia y se sienten más españoles que yo mismo. La respuesta no puede ser amable. Quizás cuando España reaccione de esa forma, ellos también lo hagan. A esto se ha llegado por muchos factores; y alguno de ellos son el perfil bajo, el «seny», el «negoci» y el pasito atrás.
Pero ya se tiene que acabar con esta Historia. Sería Mano de Santo respecto a las que vendrían después. Además: ¿no le gustaría darse el gustazo de votar «Sí. Fuera. Fora. Adeu» con una gran sonrisa?
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