EN OBSERVACIÓN
Salta a la vista
La foto de La Toja es un retrato de época, como las de Colón o las Azores
Los echaron a las primeras de cambio de los estudios Pixar, montaron un negocio de 'body paint' que tuvo que cerrar con la pandemia, se reciclaron en muralistas de interior, con cierto éxito entre la aristocracia más poligonera de Los Ángeles, y terminaron en la ... NASA, donde los recomendó el cuñado de uno de ellos, que trabaja en el Centro Nacional de Huracanes. Desde el pasado julio se dedican a colorear las imágenes que envía el telescopio James Webb, alguna de las cuales, pasada de rosca y purpurina, ha llegado a superar en brillo y fantasía estelar a los fondos que los bazares chinos venden en la sección de belenes y quincalla navideña. En la era del conocimiento, las apariencias que engañan valen más que mil palabras.
Cambiamos el carrete y nos detenemos en la foto inaugural del Foro La Toja, por la que Josep Piqué, presidente de esta cita, tuvo que pedir disculpas el pasado sábado. Ni una sola mujer, «algo que no nos podemos permitir», lamentó el exministro en un reconocimiento expreso de que en esta hora de España y del mundo lo más importante es visualizar presencias y evitar ausencias de cuota. Lo que digan o piensen las mujeres no es tan relevante como lo que proyecten, colocadas en el 'photocall' y la balanza del nuevo equilibrio público; o privado, oportunamente intervenido.
Forzada por el qué dirán, la contrición de Pique presenta dos fallas estructurales. La primera responde a la concepción binaria de un sexo hasta ahora puramente anatómico, devenido género y determinado por la identidad, nuevo diferencial de nuestra era de conocimiento e imágenes coloreadas. Cualquiera de los hombres, y eran unos cuantos, que aparecen en la foto de La Toja –ya incorporada al álbum de nuestra historia reciente, junto a las de Colón, las Azores o la Tortilla campera y felipista–, podría sentirse mujer y aportar con su inquietud de género la feminidad –interior, invisible a las cámaras– que exige el dogma igualitario. También derivado de los códigos binarios y cisgenéricos que maneja Piqué, el segundo defecto de forma de su arrepentimiento consiste en reducir a solo dos –hombre, mujer– las variables sociales cuya visibilidad depende de su representación fotográfica. En la era del conocimiento, el Universo es una acuarela y la normalización es una pose. El exministro toma nota, hace propósito de enmienda –«queda un largo camino por recorrer», salmodia en su penitencia– y se pone en contacto con José Félix Tezanos para que le haga el croquis de la muestra estadística que mejor recoja la diversidad de la sociedad española y refleje las nuevas proporciones de unos estratos hasta ahora infrarrepresentados e invisibilizados. Faltan mujeres en la foto de La Toja, salta a la vista, pero también cuarto y mitad de minorías, un surtido redistribuido de los distintos grupos de víctimas –término esencial en esta nueva teoría de los conjuntos– que reclaman la fractura del techo de cristal opaco que les impide abandonar el riesgo de exclusión, perseguidos por la violencia inmobiliaria, obstétrica, vial, aporafóbica, vicaria, institucional, homofóbica o policial. Se abre un universo de posibilidades, fotográficas y telescópicas.
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