CARDO mÁXIMO
Propósitos
Puede ser tan sencillo como dibujar una sonrisa en el rostro para todos aquellos con los que se cruce en vacaciones
Como esta columna se va a leer el primer día del mes vacacional por excelencia, puede que el lector decida darse un respiro y bajarse del carrusel de malas noticias con que se ha despedido julio: de la inflación desbocada a los incendios forestales, de ... la guerra sin fin en Ucrania a la condena ratificada de los ERE pasando por el calor, todo resulta asfixiante. Agosto -antonomasia de las vacaciones, el tiempo libre, el permiso del que hablaban nuestros padres- viene a ser como la válvula de escape de esa olla de presión que es la actualidad.
Pero también es tiempo de propósitos, sobre todo para los que inician su descanso y encuentran un tiempo extra. Depende de cada uno, aunque el número ideal de esos deseos me lo sugirió una quinceañera a la que le pregunté por una nueva pulserita con tres nudos que se había añadido a la muñeca a la conclusión de un campamento juvenil: «Cada nudo, un propósito: uno para mí, otro para los demás, y el tercero para Dios. Lo que pasa es que aún no sé cuál elegir», remató la explicación con la ingenua ternura que sólo se puede tener en la adolescencia, antes que el cálculo y las apariencias dominen nuestras relaciones.
Un propósito durante este agosto para uno mismo puede ser volver a hincarle el diente a aquel libro que se nos resistió, madrugar, hacer ejercicio… o todo lo contrario, remolonear en la cama, atiborrarse sin concederle un respiro al organismo… Cada quien es libre de tomar el camino que quiera, aunque seguro que encontrará más placer y se sentirá mejor venciéndose en alguna costumbre o hábito que siempre está tentado de corregir. Ahora, sin la tensión laboral, puede ser el momento.
El propósito para los demás puede ser tan sencillo como dibujar una sonrisa en el rostro para todos aquellos con que se cruce: en la cola del supermercado de playa sin las referencias habituales de nuestra preferencia, en la gasolinera al instante de pagar –ay, dolor– el repostaje de gasolina, o incluso con el camarero desbordado y sudoroso cuando, por fin, llega a la mesa. Sonreír sin más y dejar de enfadarse por todo, dando las gracias que estamos de vacaciones… o despotricar de que no encuentra aparcamiento cerca del apartamento o de que el chiringuito está por las nubes… Usted elige el propósito, pero que sea bueno al menos.
El último es el más importante. Si le turba la idea de la trascendencia, refiérase a su vida interior. A aquello que le hace ser como es. Dedique tiempo para reflexionar, para examinar la conciencia, la propia vida, para evaluar lo que hace y por qué lo hace. Viaje, sí, pero no por paisajes sino por el corazón de las personas: concéntrese en escuchar lo que tienen que contarle y no necesitará ni novelas, ni series ni redes sociales. Después de todo, el propósito más saludable es escucharse a uno mismo.
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