cardo máximo
Desfondado
Uno creía que íbamos a gastarnos el dinero en romper el círculo vicioso de desigualdad socioeconómica y oportunidades educativas
No se puede ir por la vida de ingenuo. Me lo repito a mí mismo a cada rato, pero me doy de bruces con la realidad cada noche en el examen de la jornada. Iluso de mí, supuse que los fondos Next Generation estaban enfocados ... a favorecer la transición digital –y económica, por tanto– a la siguiente generación, los jóvenes que estudian todavía en el instituto o la universidad, como sugiere el propio título que la Unión Europea le ha dado a las ayudas. Uno creía, sorprendido en su buena fe como casi siempre, que los fondos iban a usarse en acabar con los cuellos de botella en materia educativa y de formación para el empleo que persisten en Andalucía en general, y en Sevilla en particular. Que íbamos a gastarnos un dinero que no esperábamos en romper el círculo vicioso que encadena desigualdad socioeconómica, oportunidades educativas y dificultades en la empleabilidad como esa familia con estrecheces que decide apretarse el cinturón para mandar al hijo a clases particulares para garantizarle un futuro mejor que el que viven los padres. Eso entendía por Next Generation: energía sostenible, digitalización empresarial, contenidos virtuales, startups punteras, empresas gacelas… en fin.
Pero no. Los fondos, en realidad, lo mismo sirven para un roto que para un descosido. Y la Junta de Andalucía quiere echar mano de ellos para remodelar el estadio de la Cartuja y construir un pabellón multiusos aledaño capaz para 15.000 personas en el que, forzosamente, habrá que combinar conciertos y recitales con la práctica deportiva porque no creo que el Betis de baloncesto sea capaz de llenar ese enorme graderío en estos tiempos. La broma sale por 92 millones de euros, que es apenas una fracción –casi despreciable, por lo visto– de la enorme riada de miles de millones que la UE nos hace llegar para salir del atolladero en que nos ha dejado la pandemia, la guerra de Ucrania y el retortero político patrio del que no podemos descargarnos de culpa. Con ese dinero, que la administración autonómica quiere obtener de la merced del Gobierno central, el recinto deportivo estaría listo para albergar una de las sedes del Mundial de fútbol de 2030 a cuya organización aspiran en comandita España y Portugal. La historia se repite: el estadio se construyó como principal aliciente para conseguir unos Juegos Olímpicos que nunca nos iban a dar y se quiere remodelar como atractivo innegable para una competición de la Fifa que no sabemos si se nos concederá ni por cuánto nos saldría (siempre en términos lícitos y confesables).
Ignoro –porque además de ingenuo soy corto de entendederas– en qué medida la construcción de un enorme pabellón de deportes contribuirá a responder «a los retos de la próxima década» y a hacer que disminuya la brecha de salarios entre las generaciones, por ejemplo. Me declaro desfondado con las justificaciones que las administraciones plantean para gastar el dinero de Europa en lo que se les antoja. Iluso que es uno.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete