OPINIÓN
Volver a ser
Pero es cierto que he comenzado a alejarme de la política y de sus líos; o tal vez es la política la que se ha alejado del ciudadano para convertirse en el nuevo Sálvame Deluxe en el que Pedro Sánchez es Jorge Javier e Isabel Díaz Ayuso se transmuta en Belén Esteban
Me he dado cuenta de que llevo meses escribiendo solo sobre política y siempre, claro, con un tinte oscuro, casi lúgubre; motivado, quizá, por la propia situación que se vive y se ve. Tal vez, la crispación del parlamento, los partidos y sus bases, me ... haya afectado más de lo que creo. Es más, desde hace tiempo he dejado de ver los telediarios y solo me informo a través de redes sociales (evitando, eso sí, el click fácil y mucha prensa española).
Pero es cierto que he comenzado a alejarme de la política y de sus líos; o tal vez es la política la que se ha alejado del ciudadano para convertirse en el nuevo Sálvame Deluxe en el que Pedro Sánchez es Jorge Javier e Isabel Díaz Ayuso se transmuta en Belén Esteban; mientras Pablo Iglesias vuelve a las televisiones esperando a Chicote en Pesadilla en la Cocina. O, quizá, simplemente, mi mente prefiera verlos así: como un esperpento; un soneto satírico al más puro estilo del surrealismo español.
Sea como sea, han conseguido que después de años en los que el trabajo me dejaba sin tiempo, y el que tenía lo mataba escuchando a sus señorías, he vuelto a refugiarme en los libros. En ese espacio infinito que se compone de letras y párrafos; que nos lleva a mundos imaginados por otros que se hacen reales ante nuestros ojos. Y eso me ha llevado a mirar atrás, a los primeros libros que me arrastraron a este mundo de aventuras.
Crecí leyendo las novelas que tenía mi abuelo por su casa: El Caballero de Lagarde, Julio Verne, Alejandro Dumas y sus mosqueteros (libros, por cierto, que guardo con cariño en mi biblioteca, que es heredera de mis mayores), Agatha Christie o Gaston Leroux. Libros que muchas veces no entendía, pero que me arrastraron a Los cinco, Los Hollister o Alfred Hitchcock y los tres investigadores. Títulos que eran mucho más propios de mi edad que aquellos libros que leía a hurtadillas en casa de mis abuelos. Después llegaron otros: la fantasía de Los Reyes Malditos, Conan Doyle y sus novelas históricas, Harry Potter (sí, me bebí todos los libros como luego han hecho mis sobrinos); y di el salto a otros nombres, más adultos, más complejos hasta convertir Travesura de una niña mala en una de mis obras de cabecera.
También me lancé a escribir. Ese era yo: el ratón de biblioteca que mataba las horas entre libros, leyendo o escribiendo aventuras para nuestras partidas de rol; hasta que comencé a escribir novelas para otros. Pero ese yo se perdió en la noche de los tiempos, dejé de hacerlo, por hastío, por aburrimiento, o simplemente, por una vida que me llevó a otros caminos con otros intereses. Me volqué en la Historia y en la política, hasta que terminé por darme cuenta de que, si la primer es madre y maestra, la segunda es falacia y mentira.
Tal vez, por eso, ahora vuelvo a mis libros. A recorrer con la mirada la biblioteca viva que cree en mi salón, eligiendo descuidadamente los mundos que voy a vivir en la imaginación. Quizá, simplemente, la vida vuelva a ser la que era (tranquila, afable y familiar) y yo he vuelto a ser quién soy.