El fin de una vida y de una época
Personalmente, jamás cambiaría nuestra infancia por la que veo hoy. Ahora los niños corren para hacerse adultos
Durante años mis veranos fueron tan rutinarios que aún hoy recuerdo cómo los vivía. Salía de casa cada mañana, a eso de las 10.30, recogía a mi amigo Antonio y a la playa. Allí nos esperaba la pandilla. 'La Marabunta' nos hacíamos llamar por ... la cantidad de pequeños elementos que la componían. Estábamos en la playa hasta las 14.15 y entonces corría a casa a comer. Por la tarde, no nos dejaban irnos antes de las 16 horas en invierno; en verano, a las 17horas. Y nuevamente nos íbamos a la playa hasta que caía el sol.
Así, año a año, día a día. Era una rutina maravillosa, de esas que forjan amistades y rivalidades. Amistades que siguen vivas hoy, las propias de una pandilla de niñitos que vivíamos en un cuasi eterno Verano Azul. Enemistades que se perdieron con el tiempo, y que tenían que ver más con la liguilla de futbol que con rencillas personales. Lo propio de otra época, de esas ochenteras de aventuras inventadas que ahora se ponen de moda en series y películas.
Personalmente, jamás cambiaría nuestra infancia por la que veo hoy. Ahora los niños corren para hacerse adultos. Buscan una diversión que a nosotros se nos antojaba lejana con sus propias edades. Quizá yo fui raro, un ratoncillo de biblioteca que prefería jugar al rol o al Warhammer con los amigos antes que irme de juerga a emborracharme con 14 años. O, quizá, tuve la suerte de vivir en una miniburbuja más cercana a la película los Goonies que a Historias del Kronen.
Lo que está claro es que eran otros veranos. En los que creímos cazar marcianos en las playas de Conil; que vivíamos a lomos de nuestras bicicletas y superábamos las olas de calor (día de levante, lo llamábamos entonces) a base de lanzarnos al mar o a las piscinas; en tardes de batidos y bizcochos en casa de Irene (costumbre que no hemos terminado de perder, todo hay que decir). Viviendo la infancia como debía vivirse.
Quizá el único día que dejamos de ser aquellos niños fue hace 25 años cuando, estando en casa de Irene, disfrutando de juegos sin importancia, una radio contó la muerte de Miguel Ángel Blanco. Ese día cambiamos un poco todos y entramos en la madurez. En la que te hacía comprender que el hombre podía ser tan cruel de acabar con la vida de una persona de forma macabra y cobarde.
Aquel día, como otros muchos españoles, rompimos la burbuja. Y, sin saberlo, vivimos un momento histórico. ETA no podía saber lo que iba a super el macabro asesinato de un joven concejal de Ermua que compaginaba su labor con el trabajo como albañil. Ese día mataron a la persona, pero también acabaron con ellos mismos.
Hace 25 años nuestras rutinas cambiaron, lanzamos manos blancas al cielo y gritamos contra el sinsentido de ETA. Fue el principio del fin, de nuestra infancia, aunque por aquel entonces ya rondábamos la mayoría edad; de ETA ya que los vascos perdieron el miedo y levantaron la voz; de una época de división, que venía arrastrándose desde la Transición. Hace 25 años, ETA mató a Miguel Ángel Blanco y despertó a la sociedad civil española.
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