OPINIÓN
A veces toca decir gracias
Las cosas cuando se hacen desde el corazón se hacen diferentes y hasta el mayor de los problemas se puede solucionar con una sonrisa, con buenas palabras y apoyándose en los tuyos
Trabajar es esa cosa que todos anhelamos y que luego, muchas veces, termina por agobiarnos, estresarnos y hasta renegar de él. Al fin y al cabo, es un castigo divino que nos obliga a ello si queremos conseguir un sustento digno. Tan castigo que se ... dice que en romaní, los gitanos no lo tienen; que ellos hacen cosas, pero no trabajan para no ser castigados por el simple hecho de decirlo.
A veces, es cierto, tenemos la suerte de que el trabajo se convierta en una bendición. Sobre todo, cuando encontramos nuestra vocación y la disfrutamos cada día, convirtiendo el castigo en premio. Y es un premio curioso ya que muchas veces va más allá de lo tangible alejándose del salario recibido a fin de mes. El trabajo nos da dignidad, nos permite elegir nuestro propio camino sin injerencias. Por eso, son muchos los que terminan abandonando su hogar, su familia y su tierra para adentrarse en lo desconocido buscando esa dignidad que no le dan en la cercanía. Abriendo nuevos caminos para partir de cero en una vida plena, en la que tener capacidad de elegir nuevos destinos vitales.
Por eso, como digo, el trabajo es tan dual. Podemos odiarlo o amarlo y hasta en el mejor de los escenarios podemos llegar a tener malos momentos. Yo mismo lo tuve la pasada semana, cuando la alergia me impedía hasta respirar por esos caminos de Dios. Baelo Claudia, siempre placentero, se convertía en un infierno de toses que buscaban que el aire llegase a los pulmones. Y, entonces, surgió lo mejor que te puede pasar: el apoyo de los compañeros. Y cuando peor estaba Antonio Heredia se volvía apoyo.
Suelo tener suerte con mis compañeros –tanto guías como conductores–, pero la semana pasada él fue mucho más. Me hace gracia ya que dicen que somos muy diferentes: él grande y fuerte, yo soy yo; el sevillano, yo de Cádiz; el gitano, yo payo. Pero a la vez también somos muy iguales: nos gusta lo que hacemos y nos divertimos con ello. Las risas y sonrisas de Antonio hacían que mis silencios fueran entendidos y comprendidos; que mis toses quedasen acalladas. Que mis miedos, que mis preocupaciones en carretera desaparecieran sabiendo que estábamos en buenas manos.
En el fondo, la suerte es esa, convertir el trabajo en diversión. Quizá por eso los gitanos no trabajen y simplemente «hagan cosas»; quizá ellos descubrieron la verdad escondida detrás del castigo divino mucho antes que otros: convertirlo en bendición. Las cosas cuando se hacen desde el corazón se hacen diferentes y hasta el mayor de los problemas se puede solucionar con una sonrisa, con buenas palabras y apoyándose en los tuyos. Por eso, quizá, esta semana he querido dar las gracias a quién fue mi apoyo. Como ya lo ha sido otras veces, al igual que gran parte de los conductores que han estado a mi lado. Por eso hoy, gracias a Antonio y a todos los conductores de Auto Andalucía, por «hacer cosas» como llevar sanos y salvos a tantos viajeros; y, en nuestro caso, por ayudar a dar alegrías a tantos y tantos mayores. Gracias, por hacernos todo tan fácil.