OPINIÓN
Turismo de mantequilla
Aún estamos a tiempo de volver a ser lo que deberíamos ser: una ciudad en la que recorrer la historia de la Humanidad
En estos días, España ve como la turismofobia crece cada vez más. Las manifestaciones se extienden por las ciudades más buscadas y vemos como en Sevilla o Barcelona se reproducen los ataques al turismo, incluso atacando a los turistas con pistolas de agua. Y eso ... terminaremos viéndolo en Cádiz, dónde la oposición lo ha tomado como punta de lanza a sus ataques al gobierno local.
Pero esto es algo que los profesionales sabíamos desde hace años. Desde que empezamos a promocionar el turismo de masas, el cuantitativo y no el cualitativo. El turismo free sobre el turismo patrimonial y cultural. Lo teníamos todo para morir de éxito, pero, una vez más, preferimos morir de risa. La risa nerviosa de los que veíamos como comenzaba a llegar el turismo de cucaracha, el que es capaz de quejarse y amenazar con los comentarios negativos en redes para conseguir su rebaja (y hasta la gratuidad). Por suerte, estos turistas eran los menos, una rara avis entre grupos que buscaban las riquezas culturales de nuestra provincia.
Y de pronto llegó el turismo de mantequilla; ese en el que se meten cuatro familias en un apartamento de la Barrosa con su tarrina de mantequilla y su bote Cola-Cao para gastar menos de un euro en nuestros supermercados; esos en los que regatean ya que esto «es lo normal, ¿no?, si sois medio negros y medio moros» (sic). Un turismo que, como la mantequilla al sol, se derrite, como se derrite nuestro turismo ante la desidia de unos y otros.
Hemos potenciado el free; el turismo gratuito para todos. Como si fuera un bien de primera necesidad y en el que los que trabajamos de esto no deberíamos cobrar por lo que hacemos. Así nacen los freetours (no quisiera ser uno de esos chicos explotados por multinacionales a cambio de propinas, ni creo que usted quiera que sus hijos -o usted- trabajasen por propinas); pero también el turismo de bocadillo sentado en el borde del mar; el que busca gastar solo lo meramente necesario. Pero las calles se llenan, las viviendas se llenan, las playas se llenan mientras nos quejamos mirando la uña para no ver la luna.
Es hora de escuchar y actuar. Aún estamos a tiempo de volver a ser lo que deberíamos ser: una ciudad en la que recorrer la historia de la Humanidad; una ciudad de un turismo de 365 días que busca museos, yacimientos, hoteles, bares,… que genera riqueza gastando en los profesionales del sector; riqueza que repercute en las ciudades a través de esos impuestos que no se pagan en lo free.
Es hora de darle la vuelta a la tortilla para alejar al turista de cucaracha y al de mantequilla; para buscar al turismo que valora lo que ve y, por tanto, lo cuida y lo promociona. Cádiz no es Magaluf, ni Sevilla ni Barcelona… no aún. Todavía estamos a tiempo de salvarnos; aun hay campo de mejora, de regular, de convivir con nuestro principal recurso económico. Pero no queda mucho; estamos a dos temporadas de morir de éxito como ya le ha pasado a Setenil de las Bodegas. A dos años de evitar que la mantequilla se derrita.
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