opinión

Tres monos sabios

«Al final, es mejor no oír el mal, no ver el mal, no hablar para que no creas que lo haces del mal»

En el pasado, los tres monos sabios eran símbolo de la inteligencia. Ya saben: no ver el mal, no oír el mal, no hablar el mal. En estos días, sin embargo, hemos podido comprobar en redes como se ha convertido estos tres animales en un ... ejemplo de la incultura social. Y todo por culpa de las redes sociales y el fútbol. Iván Alejo, jugador del Cádiz, calentaba su pique personal con Vinicius riéndose de la expulsión de Brasil en el mundial. Y seis figuras daban pie a una caza de brujas con el amarillo en el centro. El jugador decidió colocar tres bailarines negros acompañados del emoticono de Iwazaru (el mono que se tapa la boca) y las redes estallaron.

Lo peor es que es la lectura que hacen quienes le acusan de racismo, los que convierten el símbolo en racista. Decían que usaba el emoticono para llamar mono al madridista, cuando la mayoría lo usa para decir «mejor no digo nada». El mensaje estaba claro: se acaban los bailes, mejor no me rio. Pero muchos lo leían como «se acaba el baile de los monos». Y en la interpretación viene el pegado. ¿No estará en la mirada de quién ve ese argumento los elementos racistas? El propio jugador, viendo la que se venía, procedió a cambiarlo: tres jugadores amarillos y una carita con la boca cerrada, amarilla también, por supuesto. Se acaba el racismo aunque el mensaje era el mismo.

Por supuesto, el siguiente paso era la quema de brujas mediática en la red del pajarito azul. Y lo más curioso es que venía de esos que no tienen problemas para ofender: la izquierda cadista que se esconde detrás de Brigadas Amarillas. Esos que gritan «todos los fachas fuera del estadio» mientras ondean las banderas del Che Guevara (azote de los homosexuales y de todo el que piense en su contra). Y es que la ofensa solo se da desde un lado, desde el otro es opinión. Es lo que tiene este país bipolar en el que nos movemos a ambos lados de la fina línea del insulto. Una línea que convierte en insulto aquel pensamiento que sea contrario al mío.

No conozco a Iván Alejo pero el ataque una turba furibunda de cadistas ofendidos por su rivalidad con el madridista dice más de ellos que de él. Por sus ideas políticas ya se le ha condenado en una ciudad dónde la izquierda parece en posesión de la verdad y en los únicos capaces de definir a terceros sin caer en la ofensa. Ya se sabe: facha, fascista y nazi se convierten en adjetivos inocuos en bocas de unos; pero cualquier opinión que se vierta en contra de la izquierda, aun cargada de argumentos, es una ofensa.

Los que no nos situamos junto a Pablo Iglesia y sus correligionarios tenemos un grave problema, pues ellos han ganado la batalla de la palabra. Nos han acomplejado hasta impedirnos decir nuestra opinión con libertad, autocensurándonos y midiendo cada una de las palabras para evitar convertirnos en fascistas y fachas. La ofensa por encima de la opinión; el miedo atacando la libertad de expresión. Al final, es mejor no oír el mal, no ver el mal, no hablar para que no creas que lo haces del mal.

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