Opinión

Tacita de Oro

Una ciudad para recorrer a pie, de forma pausada, comenzado por donde debe comenzarse, el Pópulo

Que me gusta mi Tacita de Oro, esa que está bañada por dos mares. A saber: un océano, el Atlántico; un mar, el Mediterráneo —el uno por la Caleta, el otro por la punta San Felipe—. Una ciudad para recorrer a pie, de forma pausada, comenzado por donde debe comenzarse, el Pópulo. Allí, podremos ver el maravilloso teatro romano de Gades, Gades, con capacidad para 20.000 espectadores (el Carranza de la Antigüedad), construido por el reputado arquitecto gaditano Lucio Cornelio Balbo. Después, en un pispas, podemos ver el Callejón del Duende, por el que el obispo —No don Rafael, Dios le guarde— caminaba en busca de cubrir algún pecado carnal que poder confesar. Eso sí, sorteando las atormentadas almas de una gaditana y un francés que, cada 1 de noviembre, como siempre sin tarjeta, se reencuentran en el angosto espacio para darse amor y recordar su trágico final.

Un final diferente se corrió en la casa del Almirante, pobrecillo él, judío y muerto por la inquisición, cuya casa muestra en la fachada los colores de su Génova natal. Y de ahí, damos un salto, así rapidito, y nos vamos hasta la catedral mandada a construir por Alfonso X en el siglo XVII. Esa que tiene una capilla para atar caballos justo en la puerta, así redondita, como una garita entrada en kilos. Y nos vamos a ver el Atlántico, para encontrarnos de camino un templo fenicio en el que se encontró una de nuestras maravillas: el sarcófago fenicio, allí expuesto junto al femenino —este apareció, como bien saben, justo frente a las Puertas de Tierras—.

No se preocupe usted, que están la mar de bien de cara al mar y se refrescan con la brisa marinera de Little Habana, nuestro pequeño malecón cubano. Ese por el que seguimos para rodear la circular seo gaditana y bajar hasta la plaza, en la que se construyó sobre pilas de maderas. ¡Como todas las catedrales construidas en el mismo mar! Maravilloso regalo de los diputados doceañistas a la vetusta Cádiz. También podremos aquí disfrutar el mapa que esconde todos los túneles de Cádiz, por si quieres adentrarte en ellos. Ahora, si lo vas a hacer ¡Cuidado! El espíritu del gran dramaturgo Manuel de Falla sale cada noche de su tumba para recorrer la catedral en busca de no se sabe qué. Quizá le despierten los ruidos de las pelotas en la calle Pelota, esa que recibe su nombre por el gusto que tenía su borbónica majestad Isabel II al juego de pelota de los vascongados, tan masculinos ellos, y que tantas veces practicó en la calle. Debía ser allí, pues en la otra, por la que ya marchamos en dirección al mercado, hubiera sido imposible por la cantidad de gente que pululaba por ella, tanta que al final se terminó por llamar Compañía ya que nunca se estaba solo.

Desde aquí, podríamos ir en la imaginación imaginada de ciertos freetours (me niego a llamarlos guías), hasta la mina de carbón que da nombre a la plaza Mina, tomando un plato tan gaditano como el queso con membrillo. Es lo que tiene lo barato, y más lo gratis, que al final, nos toman por griegos.

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