OPINIÓN
Melancólica Navidad
Mi familia nunca fue muy extensa, ni teníamos muchos primos, pero la Navidad era una fiesta en la que cada vez debíamos ser más; hasta que comenzamos a ser menos
La Navidad es una época extraña o, al menos, para mí lo es. Un tiempo de alegría e ilusión entre los más pequeños, que sueñan con los regalos que los magos de oriente les traerán mientras se dejan arrastrar por un torbellino de luces, pistas ... de hielo artificial y un frío que aventura una nevada que jamás veremos en nuestra costa gaditana. Pero, para mí, también es una época melancólica, en la que recordar a los que no están; o no están de la misma forma.
Es tiempo de reuniones añejas, de volver a encontrarse con los compañeros del colegio, esos que hace décadas que no ves, pero con tantas vivencias conjuntas que es imposible que el tiempo pase. Esos a los que sigues viendo como a tus compañeros de pupitre, aunque ya peinen canas, el que conserve algo de pelo. También es el momento de volver a reunirse con los amigos, con los de ahora, con esa familia elegida que elige un día fuera de los consabidos para celebrar unidos que se conocen, que se quieren y se apoyan.
Pero, sobre todo, es tiempo de reunirse con la familia. Y es en esta mesa cuando se ven los vacíos: los abuelos y tíos que ya no están. Y es entonces cuando me vuelvo melancólico y triste. Mi familia nunca fue muy extensa, ni teníamos muchos primos, pero la Navidad era una fiesta en la que cada vez debíamos ser más; hasta que comenzamos a ser menos. En ese momento no puedo dejar de echar la vista atrás y recordar cada uno de los momentos vividos; de lo que me hubiera gustado contarles y vivir a su lado. Y la Navidad se me vuelve gris, como un día plomizo de lluvia; como esos momentos que no se quieren vivir.
Será quizá que hace mucho que perdí la ilusión del niño. O será que descubrí tiempo atrás que la felicidad no se viste de colores brillantes y luces en los árboles. Ese mismo que adorna mi casa y que me recibe de lejos, desde el ventanal, cuando voy regresando al hogar: un efímero sueño navideño de felicidad y alegría. De recuerdo por todo lo bueno que me pasa en el día a día; por mi familia, por mis amigos. Por esos que sí están trato siempre de sacar la sonrisa y reír.
Pero este año me cuesta más que nunca felicitar la Navidad. Quizá porque es una Navidad de ausencias, al no estar quién más debiera estar. Es una Navidad de residencias, en las que ves la soledad de las fiestas familiares en rostros cansados y viejos, que se agolpan esperando una sonrisa mientras tu sonrisa solo va para ella. Quizá este año he descubierto que mi melancolía pasada no era más que una forma de ser mi propio grinch; pero que hay muchos que viven la Navidad sin saber que lo hacen; esperando ansiosos la llegada de un familiar que nunca llega; no lo hace en marzo ¿para qué va a ir ahora?
También he descubierto la Navidad en otros rostros. En la de trabajadores que se desviven para que sus 'abuelos' sean felices, no solo en estas fechas, pero sobre todo en estas fechas. Para que vivan la Navidad que se debería vivir: alegre, ilusionante y familiar. Y verla a ella, feliz, con sus ojillos de niña pequeña descubriendo el mundo han hecho que la Navidad más melancólica de mi vida, sea a la vez feliz por el simple hecho de abrazarla, darle la mano y escuchar un tímido 'Javi' que es el mejor regalo del mundo saliendo de su boca.