OPINIÓN

Guardianes del cadismo

Nos olvidamos del lugar del que venimos y del lugar que nos corresponde. Se hablaba de jugar Europa, cuando nuestra guerra era otra

El Cádiz es más que un sentimiento, es algo que se lleva dentro y que te hace ver la vida con otra perspectiva. En estos días, además, vemos el doble cadismo: el que se ha mamado desde chico, de la mano de tu padre camino ... del Carranza sin importar que en frente estuviera el Real Madrid, el Real Unión o el Cultural Leonesa. Ese que ha vivido en el sufrimiento, en la inestabilidad post-Irigoyen. El que ha llorado a las puertas de Tercera y ha gritado con el gol de Oli.

Y luego está el otro, el del que se subió al barco cuando las cosas iban bien, el de quienes celebran por lo bajini los goles del Barça y el Madrid mientras la grada grita animando a un Cádiz que solo murió al final. Los que no conocen los campos embarrados, los desplazamientos hasta pueblos perdidos de la mano de Dios. El de quienes creen que Vizcaíno puede dimitir, sin querer ver que es el dueño del club y que, con todos sus males, lo ha devuelto a la estabilidad después de los Pina, Gauci y compañía.

El fanatismo cadista de los más jóvenes, los que solo conocen esta época de esplendor se nota cuando alaban a Conan Ledesma y se encaran a Álex. Un Álex que da la cara mientras el bárbaro busca equipo desde la misma noche del descenso. Mientras Cris Ramos (que no ha sido santo de mi devoción) y el gran David Gil lloran desconsolados y gritan un 'volveremos' con rabia.

Quizá el Cádiz debería volver a eso, a los Ramos y Gil, a los Mejía, los Linares, Carmelo… volver a mirar a la cantera buscando chavales que se partan la cara por el Cádiz sintiéndolo suyo. Cris es gaditano, David lleva en la casa desde que era un niño. Toca recuperar la ilusión, gaditanizar el equipo para que lo más importantes de estos colores no se pierda: el sentimiento, la familia, la fuerza, la unión… la rabia cuando las cosas no salen bien.

Esta temporada no ha salido bien, y eso que la plantilla no ha sido la peor de las que hemos tenido. Pero las cosas no salen, la pelotita no entra, los jugadores se lesionan cuando mejor están, se caen las piezas y al final, caemos. Eso es el Cádiz, sufrimiento, luchar contra viento, marea y Del Cerro Grande; en esa maldición arbitral que nos persigue desde los tiempos de Antonio Muñoz, cuando emulando a Irigoyen se trató de salvar los muebles en los despachos. Algún día dejará de pasarnos factura, este año, se ha cobrado un precio grande: el descenso.

Pero el descenso no nos hace peores, nos pone en nuestro sitio. Nos hemos creído el mejor equipo del mundo (quien está contra el Cádiz está contra la Humanidad, que no falte humildad). Un equipo feliz, que caía simpático, hasta que cambiamos. Cambiamos nosotros, no el club. Nos olvidamos del lugar del que venimos y del lugar que nos corresponde. Se hablaba de jugar Europa, cuando nuestra guerra era otra.

Ahora vuelve a ser la de siempre: la de recuperar el lema de Cervera: La lucha no se negocia. El Cádiz debe volver a ser pundonor y guerra para volver a primera. No tengo dudas de que volveremos, pero si no lo hacemos, yo seguiré siendo amarillo.

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