Opinión
El Gran Dictador
Parece que decir que votas o eres de partidos de centro derecha esté mal visto y que la izquierda es el único orden permitido
En 1940, Charles Chaplin presentaba el Gran Dictador, una obra culmen del cine denuncia en la que el cómico se metía en la piel de un dictador mostrando la cara más amarga del fascismo, en una clara alusión a Hitler. Hoy en día, en nuestro ... país, una película así sería improbable ya que el cine se ha unido desde hace mucho al bando «progresista». Parecen olvidar aquella pregunta básica con la que se juega desde la Historia: «¿Con quién te sentarías en la mesa? Puedes elegir entre un pintor vegetariano y un obeso de mal genio, bebedor y fumador de puros». La mayoría elige siempre al primero, sin saber que se va a sentar en la mesa de Hitler mientras rechaza a Winston Churchill.
Pues a la cultura en España le pasa parecido. Parece que decir que votas o eres de partidos de centro derecha esté mal visto y que la izquierda es el único orden permitido. Estos días, con las dudas de Pedro Sánchez sobre seguir o no en el poder lo hemos vuelto a ver: la elite cultural ha sacado su manifiesto de apoyo al gran líder para que continue en el sillón de Moncloa. No importa que haya soltado una serie de avisos de lo que está por venir, entre ellos el fin de la libertad de prensa y de expresión.
Por supuesto, sus seguidores acérrimos lo ven como un triunfo: la prensa de derecha está en el punto de mira, nadie dirá nada contra el gran líder. Desde ahora será imposible un Garganta Profunda que acabe con la presidencia de la izquierda, ya que tendrán potestad para silenciar a cualquier periodista. La diversidad informativa hace tiempo que desapareció en RTVE (aunque esto lo han hecho todos los partidos), pero ahora van por el resto de «prensa libre».
Estamos en una deriva totalitaria, algo que se ha visto en otros países del entorno, y que aquí cuenta con un factor fundamental: como en el Gran Dictador, el mayor problema de nuestro país es el narcisismo de nuestro presidente. Pedro Sánchez se cree por encima del bien y del mal, mientras sus palmeros aplauden sus decisiones dictatoriales. Y sí, digo dictatoriales ya que nos retrotraen al absolutismo más rancio predemocrático. Al miedo a escribir con libertad para que no te señalen por la calle. Sin importar si lo que escribes es información periodística o, como en mi caso y los compañeros de este medio, opinión.
Si en vez de estar en Europa estuviéramos en Latinoamérica, dónde la democracia aun es joven e inestable, ahora mismo estaríamos tomando la deriva de El Salvador; con una figura mesiánica a la que sus partidarios adoran como un dios salvador que viene a evitarles la llegada de la «derecha». No importa que la microeconomía no acompañe a la macro y que la cesta de la compra cada vez sea más pequeña; ni que el paro esté maquillado con los fijos discontinuos. No importa que nos pinten una realidad que se aleja de la realidad; solo importa que Pedro Sánchez sigue en el poder.
Como en el Gran Dictador, algún día nos daremos cuenta de que detrás de la risa provocada por Chaplin se esconde una terrible historia: la de una democracia herida de muerte en sus principios más básicos.