OPINIÓN
Gordo
Lo que sí es fundamental es enseñar a los más jóvenes la importancia de cuidar la salud pero, también, de respetar al que está enfermo
Estoy gordo, sí, gordo. Esas cinco palabras que se han convertido en un insulto recurrente que me persigue desde que comencé a coger kilos. El insulto y el buenismo mal llevado, ese que trata paternalistamente de darte de una solución por si tú no la ... has pensado ya. Ese binomio es algo que todos los gordos sufrimos, además del estigma social ante cuerpos no normativo. Ante eso solo nos queda una cosa por hacer: sobreponernos al sobrepeso social y tratar de encontrar nuestra coraza propia.
En mi caso, la encontré en el humor. Un humor que emana de mí hacia el exterior, convirtiendo la gordofobia en gordocentrismo. Situándome yo mismo en el centro de mi universo, que orbita sobre mi propio eje. Decía Tyrion Lannister en Canción de Hielo y Fuego que «si te dan un mote, cógelo y hazlo tuyo» de esa forma no tendrán un arma contra ti; y eso fue lo que terminé haciendo. Así, cuando en la playa alguien te suelta: «en vez de un bañador necesitas una carpa de circo», soy capaz de responder con un «al payaso ya lo encontré».
También tengo mis formas de mostrarle a quienes solo miran con los ojos la verdad que se esconde tras un cuerpo orondo. Así cuando en un bus alguien dice «poco vamos a andar con este guía, mira lo gordo que está», le subo las cuestas de Alcalá, de Zahara o de Setenil sin darle un respiro; para que sean ellos quienes pidan parar a descansar. Pero eso lo hago yo, que tengo más fuerza mental de lo que puede parecer.
Sin embargo, son muchos los que no tienen esa fuerza y tienen que sufrir ataques continuos. Y no se hace por un tema de salud; es la estética lo que marca la gordofobia. La obesidad es una enfermedad, con múltiples aristas que impidan que un tratamiento simple acabe con ella; pero eso desde el mundo «de los delgados» no se ve. Quien realmente está obeso, como es mi caso, debe cuidarse mucho más y controlar la salud para evitar que sus opciones de visitar el cementerio sean menores. Y aunque se pueda estar gordo y sano, como es mi caso y a las analíticas me remito, debemos mantener un control para evitar males mayores a futuro (rodillas o espalda que sufren mucho).
En estos días, la muerte de la actriz Itziar Castro ha vuelto a poner sobre la mesa la gordofobia. Las redes sociales han mostrado su cara más amarga e ignorante; esa que revuelve el estomago al usar el físico como arma arrojadiza. Como si por estar gordo uno tuviera más opciones de morirse, olvidando la cantidad de deportistas que se desploman sin más. Para morirse solo hay una condición previa: estar vivos.
Lo que sí es fundamental es enseñar a los más jóvenes la importancia de cuidar la salud pero, también, de respetar al que está enfermo. En una época en la que nos autocensuramos para evitar ser acusados de mil cosas, no somos capaces de evitar mirar a las personas según su cuerpo. A nadie se le ocurría decirle a un tipo de 50 años corriendo a pleno sol en agosto que no lo haga, ya que el deporte es salud; pero si nos creemos con la superioridad moral de decirle al gordo lo que debe hacer.