Pan para hoy
Jamás un acuerdo sustentado en la violencia llevó la prosperidad a ningún lugar. Quizá eso explique en parte la eterna crisis de la industria de la Bahía de Cádiz
Reza un viejo dicho en la profesión: «Nada hay más antiguo que un periódico de ayer». Y tan viejo que es el aforismo. Porque eso era antes. En estos tiempos de inmediatez, se puede afirmar directamente que «nada hay más antiguo que un ... periódico de hoy», tal es la velocidad a la que se suceden los hechos. Y sobre todo, a la que se le traslada -se la trasladamos- al lector. Por infinidad de vías y dispositivos. Cualquier noticia que lea usted en papel hoy ya le llegó hace 24 horas a través de su móvil. Así que si de pronto les venimos a contar cosas que ocurrieron hace un año, directamente podríamos estar hablando del pleistoceno. Pero, al margen de la noticia, en periodismo es importante el análisis. Elevar el foco y ver esas mismas cosas con perspectiva. Así pues, esta semana, cuando se cumple un año de la negociación del convenio del Metal en la provincia de Cádiz, es buen momento para analizar lo vivido en aquellos días. Sin que el fragor de la batalla, literalmente, nos impida analizar con la distancia necesaria un tema tan importante. Y delicado.
Tal día como hoy, hace justamente un año, ardía la Bahía de Cádiz. Los trabajadores del Metal negociaban con la patronal su nuevo marco laboral y, como ocurre desde hace décadas, una minoría radical decidió visibilizar el asunto de forma violenta. La imagen de Cádiz, de toda la provincia pero fundamentalmente de la Bahía, quedó seriamente dañada: coches ardiendo, duros enfrentamientos con la Policía, manifestaciones, la tristemente célebre tanqueta y un alcalde al frente de los exaltados alentándolos detrás de un megáfono. Esta situación se prolongó durante diez días y sólo se acabó cuando los empresarios del Metal cedieron a aquel chantaje violento, firmando un convenio con unas condiciones salariales por encima de la media nacional. Desde este punto de vista, podría decirse que estos radicales extremadamente violentos –muchos de ellos venidos desde fuera de Cádiz– triunfaron. Consiguieron, a priori, un buen acuerdo. Sin embargo, esa perspectiva necesaria para analizar la situación hace ver que ni mucho menos fue así.
En primer lugar porque se logró gracias a la utilización de métodos violentos injustificables. Y eso ya es una derrota de por sí. Todos perdemos. Ocurre que en Cádiz recurrir a las barricadas, la quema de coches o los enfrentamientos con la Policía se ha 'institucionalizado'. Hay un sector –minoritario, insisto, pero muy ruidoso– que se cree con derecho a hacerlo porque antes lo habían hecho sus 'mayores', en las décadas de los 80 y los 90. Creen que está en su ADN. Tanto, que recurren a esa violencia casi antes de que se forme la mesa de negociación. Su punto de partida es el desorden público, impropio de cualquier sociedad democrática. Durante este último año muchas otras provincias han cerrado acuerdos similares en el sector del metal. Madrid, Sevilla, La Coruña, Cáceres, Ciudad Real... en todos los casos se han firmado sus respectivos convenios de forma civilizada. Sin hacer ruido. Pacíficamente. Incluso algunos con mejores condiciones que en Cádiz, como ha ocurrido en Navarra o Barcelona.
Y esa supuesta mejora de Cádiz con respecto a otras provincias, en realidad es, literalmente «pan para hoy y hambre para mañana». Nos hace menos competitivos con respecto a otros polos industriales de España o del extranjero. Y perjudica, sobre todo, a las pequeñas empresas. Tendemos a pensar que el convenio del Metal afecta únicamente a las grandes compañías industriales, como Airbus o Navantia, y a sus respectivas empresas auxiliares. Pero nada más lejos de la realidad. La mayoría de los trabajadores del Metal son empleados de pequeñas empresas, como los talleres de coches. Y esas condiciones son muy difíciles de mantener, más aún en el actual contexto de inflación. Las grandes aguantarán. Las pequeñas tendrán serios problemas en 2023. Será entonces cuando volvamos a entrar en el mismo círculo vicioso del que la Bahía de Cádiz es incapaz de salir desde hace décadas. Nunca un acuerdo sustentado sobre el chantaje, la amenaza y la violencia llevó la prosperidad a ningún lugar. Quizá esa sea, en parte, la explicación al porqué de la eterna crisis industrial que padece esta tierra.