SIN ACRITUD

Preparados para todo

Tanto tiempo de prosperidad nos ha hecho olvidarnos de cosas que dábamos por hechas y no lo estaban

Ignacio Moreno Bustamante

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Cuando en el año 2007 la multinacional Delphi anunciaba el cierre de su planta en la Bahía de Cádiz todos nos echamos las manos a la cabeza. Aquel fue el golpe más duro que ha recibido esta tierra en materia laboral en las últimas décadas. Y mire que hemos recibido golpes duros. Fundamentalmente por lo que supuso en la práctica, nada más y nada menos que 1.900 trabajadores que se vieron en la calle de un día para otro. Casi dos mil familias abandonadas a su suerte. Porque eso es exactamente lo que les ocurrió, que los dejaron tirados. Primero su empresa. Y después los responsables políticos de la época, fundamentalmente el entonces presidente de la Junta de Andalucía y hoy condenado por prevaricación continuada en el caso ERE, Manuel Chaves, quien a la puerta de la factoría y a voz en grito, les aseguró que no los iba a dejar tirados. Literal. «No os dejaré tirados», les espetó. Fue portada de muchos periódicos. Entre ellos este. Y vaya si los dejó. Más tirados que una colilla se quedaron los que a partir de entonces fueron bautizados como 'los exdelphi', a los que también engañaron con los cursos de formación, con sus indemnizaciones y con sus pensiones. Ya le digo, historia negra de la provincia de Cádiz que empezó con la decisión de la compañía de cerrar sus puertas en Cádiz y abrir una nueva fábrica en Polonia, donde la mano de obra era infinitamente más barata y los impuestos mucho menores. Libre mercado puro y duro. Deslocalización lo llaman también.

Cádiz, usted ya lo sabe, tiene uno de los mejores convenios del Metal de España. Cualquier operario de los astilleros de la Bahía o mecánico de un taller de barrio cobra más aquí que en la mayoría de provincias españolas. No le digo ya en el resto del mundo. Lo cual está muy bien por un lado, pero por otro es una desventaja competitiva. Los trabajadores de Delphi lo comprobaron en sus carnes hace casi 20 años ya. No es cuestión de abrir aquí ahora el melón de la lucha obrera, pero hay datos que son objetivos. Por ejemplo. El astillero de Cádiz está a día de hoy lleno de barcos en reparación. Pero pregúntese cuántos operarios gaditanos hay dentro trabajando. La respuesta es desoladora. Las compañías de cruceros traen a sus propios empleados porque les sale más barato 'reclutarlos' en otros países y alojarlos en el barco que contratar a los de aquí.

Esta situación, que ya es grave de por sí a día de hoy, se va a complicar aún mucho más con la guerra arancelaria puesta en marcha por Donald Trump. Dicho así, de sopetón, podría parecer que lo que decida desde la Casa Blanca el presidente de la primera potencia mundial no tiene ninguna repercusión en este pequeño punto del globo terráqueo llamado Cádiz. Pero nada más lejos de la realidad. Si Trump 'se hace un Delphi' –permítame la expresión– y obliga a las compañías europeas a instalarse en EEUU so pena de freírlas a aranceles si no lo hacen, eso tiene un efecto inmediato sobre el resto del mundo. Porque se empieza por los automóviles y se sigue por cualquier otro producto, incluidos los del sector primario. Y ahí nosotros empezamos ya a jugarnos los cuartos. El único objetivo del presidente americano es que su país sea el lugar más barato para producir cualquier cosa. Y otra cosa no, pero este señor, de negocios, algo entiende. Cuando ha decidido empezar este pulso con el resto del mundo es porque cree que tiene las de ganar. Unos dirán que es un inconsciente, otros un osado, un prepotente... lo que usted quiera. Pero desde su punto de vista lo que hace es muy coherente. Es una forma como otra cualquiera de intervenir el mercado con una ventaja: EEUU es la primera potencia mundial y puede permitirse ese órdago. O al menos eso piensa Trump. Opiniones de analistas económicos hay para todos los gustos y es cierto que una guerra comercial como esta se sabe como empieza pero no como acaba. Pero empezar ya ha empezado y es muy difícil que acabe bien para Europa. Aquí tenemos las de perder porque desde hace décadas nos hemos centrado en nuestro famoso estado de bienestar y hemos dado por hechas muchas cosas que ahora se ve que no estaban tan hechas. No nos hemos preparado para cuando vinieran mal dadas. Delphi cerró porque no éramos competitivos. Los barcos los arreglan operarios filipinos y pakistaníes. Esto ya ocurría antes. Ahora puede complicarse aún más. Llámeme cenizo, pero al final va a ser verdad que tenemos que prepararnos casi para cualquier cosa.

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