Políticos acomplejados
Los responsables públicos a los que se supone moderados, tanto de izquierdas como de derechas, deberían atreverse a decir lo que de verdad piensan, no lo que impone el relato de los extremistas

Imagine la escena en la habitación del Colegio Mayor Elías Ahuja, desde el pasado jueves el más famoso de España. No la del que gritaba estupideces machistas, sino otra un piso más arriba. La que estropeó toda la puesta en escena. Doy por hecho que ... ha visto usted el vídeo. El patoso de turno. Siempre hay un patoso. «¿Abro ya la ventana?». «No, todavía no. Cuando grite ¡Vamos Ahuja!». «Que no, que la abro ya». Y acto seguido tira de la cinta. «¿Qué haces?, ¡cierra, que te estás cargando toda la coreografía!». Eso era lo que verdaderamente ocupaba y preocupaba a los estudiantes la noche antes de la capea, que todo saliera bien, que todas las persianas se subieran a la vez. Desde luego no aterrorizar a nadie. Mucho menos a sus amigas. Lo que gritara o dejara de gritar el novato era lo de menos. Una gamberrada. Propia de la edad y del inicio de curso. Reprobable, absolutamente. Que merece un castigo. Obvio. Para todos, además, porque todos participaron de la cosa. Probablemente a algunos ni les apeteciera, ni les haría gracia. Pero en ese contexto, o pasas por el aro o vas mal. Hablamos de adolescentes, no se olvide. Quizá un mes sin salas comunes. Cada uno en su habitación cuando no estén en la facultad. Yo estuve interno un verano en Umbrete y les garantizo que si me imponen ese castigo la próxima vez iba a gritar su tía, que las tardes se hacían muy largas allí. Lección aprendida, que es de lo que se trata. Y por supuesto, exactamente igual con las chicas del colegio de enfrente, las supuestas 'ofendidas', que gritaban barbaridades similares en un ritual que por lo visto no es, ni mucho menos, nuevo. Una broma. De mal gusto. Pero nada más.
Sin embargo, en lugar de quedar en eso, en una cuestión de régimen interno, privado, el verdadero castigo es que se ha hecho público. Y se han metido por medio los políticos. Es lo que tienen las nuevas generaciones. Que se empeñan en grabarlo todo, absolutamente todo, y en subirlo a las redes sociales. No se enteran. O no se quieren enterar. Ese ha sido su gran error. Que han abierto la puerta, o en este caso la ventana, a la basura que se autoproclama moralmente superior. A la basura de la izquierda radical. A la que impone el relato de manera insistente y machacona. A Irene Montero, que ha encontrado una excusa perfecta para insistir en que a las niñas hay que enseñarlas a explorarse el clítoris desde los seis años. O a Pablo Echenique, al que le falta tiempo para hablar de «cachorros neonazis de cayetano», de «aterrorizar a chicas» y de «blanqueamiento mediático–político». Y como ellos, un montón de responsables públicos más. Por supuesto el presidente del Gobierno, con mensaje 'cuasi' institucional incluido. Y hasta Núñez Feijoo o el alcalde de Madrid. Ese es el gran drama de esta España actual. Que se ha impuesto ese discurso patético, buenista, infantiloide. O dices lo que se supone que tienes que decir o prepárate para ser linchado. Lo que antes llamábamos «políticamente correcto» pero llevado al extremo. No me cabe la menor duda de que Echenique, Montero, Pablo Iglesias, Belarra y todos estos dirán exactamente lo mismo en privado. Da lo mismo, porque su discurso sesgado, populista, de doble rasero y sectario, no tiene ningún valor. Sólo sirve para reforzar su peligroso ideario y para dar alas a los extremistas de derechas para intercambiar improperios y retroalimentarse. Sin embargo, también estoy seguro de que muchos otros, a los que supongo moderados, en privado reconocerán que este asunto no es más que lo que es. Una novatada tan burda y soez como tantas otras. O incluso menos, porque todos sabemos de algunas que sí que pueden llegar a ser delito. Y también da igual. Porque son personas públicas y deberían decir lo que realmente piensan, no lo que les obligan a decir. Que está mal, sí. Que merecen castigo, sí. Pero sin sacar las cosas de quicio. Sin criminalizarles.
Pero en fin, es lo que tenemos. Un país completamente carcomido por el populismo. Empeñado en politizar cualquier cosa, por nimia que sea. Los extremistas, de uno y otro bando, encantados. Y los que están enmedio, acomplejados.