SIN ACRITUD
En todas partes
El último informe de la Unión Europea alerta de que más de 87 millones de personas han consumido droga, «que está en todas partes y llega a todo el mundo»
Transversalidad. Menudo palabro. Hoy día todo tiene que ser transversal. La educación, transversal. La política de género, transversal. El ecologismo, transversal. Las nuevas tecnologías para qué le cuento. Transversales. Es decir, que vaya de un extremo a otro de la sociedad para que abarque al mayor número posible de personas. Pues bien, si hablamos de transversalidad, por lo visto nada lo es más que el consumo de drogas. Usted no lo ve, al menos abiertamente, pero está por todas partes. Así lo dice, literalmente, el Informe Europeo sobre Drogas de 2024. «Everywhere, everything, everyone». Que traducido resulta: «En todas partes, todo, todo quisqui». El número de personas que consumen o han consumido drogas al menos una vez siempre ha sido altísimo. Pero es que en los últimos tiempos directamente se ha disparado. Según los datos de la Unión Europea, hasta 87 millones de personas. ¡87 millones! De ahí las tres grandes conclusiones mencionadas. 'En todas partes' porque no tiene consecuencias sólo para quien las consume, sino para millones de personas más. Por supuesto para el entorno más cercano del adicto, pero también conlleva consecuencias como el aumento de la delincuencia, de la violencia –sobre todo entre los más jóvenes– o la indigencia. 'Todo' porque no se consumen únicamente las drogas más conocidas, como puede ser el hachís o la cocaína, sino que casi cualquier sustancia con propiedades psicoactivas puede venderse en el mercado, incluidos medicamentos mezclados con otras sustancias. Y 'todo el mundo' porque esto sí que afecta transversalmente a toda la sociedad. Gente de países más desarrollados, de menos, capas altas, capas bajas, jóvenes, adultos, hombres, mujeres... no hay distingos.
A todo esto hay que añadir, obviamente, las terribles consecuencias del narcotráfico, que aquí en la provincia de Cádiz por desgracia conocemos de primerísima mano. Un negocio cada día más lucrativo y que no para de crecer fundamentalmente por la connivencia de lo que se conoce como narcoestados. La cuestión aquí es el dilema del huevo y la gallina. ¿Qué fue antes? ¿Hay más consumidores porque hay más droga en el mercado o hay más droga en el mercado porque hay más consumidores? Probablemente sea más lo primero que lo segundo. Sin embargo, la solución a largo plazo sólo puede llegar atacando el segundo supuesto. Es decir, concienciando a cada individuo del gravísimo perjuicio que se causan a sí mismos y al resto de la sociedad ingiriendo estupefacientes. Por supuesto hay que mantener y reforzar la lucha desde los cuerpos y fuerzas de seguridad, pero por sí solos jamás podrán acabar con esta lacra. Esa lucha hay que complementarla con la judicial, 'atacando' directamente a las estructuras financieras de las organizaciones de narcotraficantes. Y sobre todo con campañas de concienciación.
Un ejemplo del camino a seguir es la estrategia de la Dirección General de Tráfico y sus anuncios de accidentes, que se han mostrado muy eficaces en los últimos años. El miedo, en este tipo de asuntos, funciona muchísimo mejor que los mensajes buenistas de las cajetillas de tabaco, por ejemplo, que no sirven para nada más que para acallar la conciencia del político de turno. Hay que ser más 'agresivos', sobre todo con los más jóvenes. Fomentar los programas de prevención, las iniciativas de formación, mejorar las leyes. Invertir en la prevención es la única vía posible para que este problema, cada día mayor, empiece a remitir. Debemos visualizar el problema, como han hecho históricamente las únicas personas de verdad valientes y directamente afectadas por este drama: las madres de las víctimas de la droga. Aquellos movimientos que se hicieron famosos en Argentina o en Galicia. Madres como Lola, Chari, Juana e Isabel, que hablan hoy abiertamente en LA VOZ sobre los problemas que han vivido en las carnes de sus seres más queridos. O Paco y Sonia, en las suyas propias. El camino es larguísimo y arduo. Pero es el único. Y no podemos obviarlo. De hecho es uno de los mayores retos del mundo occidental, desde luego de Europa, para los próximos años.