SIN ACRITUD

Páguese

Existe un relato sesgado sobre lo público que sólo esconde un afán recaudatorio que ahoga a la clase media

Teoría subjetiva del valor de las cosas. Sin ponernos filosóficos. Algo vale lo que alguien está dispuesto a pagar por ello. Uno de los grandes principios del liberalismo económico, tan denostado en estos tiempos en los que todo debe ser público. Es decir, gratis. Es decir, pagado por el Gobierno de turno. Que de gratis nada. Se lo cobran bien cobrado vía impuestos. Directos o indirectos. Socialismo, lo llaman. Redistribución de la riqueza. Comunismo en estado puro es lo que es. Ejemplos hay muchos. El bono para el transporte público. Si cumple usted una serie de requisitos, yo, papá Estado, le pago el billete de tren. Pues mire usted, no hace falta, muchas gracias. Bájeme los impuestos, deje mi dinero en mi bolsillo, que ya veré yo si voy en tren, en autobús o haciendo autostop. El cine para mayores, el bono cultural para jóvenes... regalías para comprar votos. Exactamente igual que con independentistas catalanes pero con el grueso de los ciudadanos. Indultos por siete votos. Subvenciones por millones de papeletas. Y el pueblo dejándose engañar. Porque encima muchas de las promesas nunca llegan a cumplirse. Basta con anunciarlas y repetirlas hasta la saciedad para componer un relato de mentiras muy eficaz. Hay dos pilares básicos sobre los que cualquier gobierno debe volcar sus esfuerzos: la sanidad y la educación. Ahí sí debemos aspirar a la excelencia y a la gratuidad total. Ahí es donde deben ir la mayoría de los impuestos. Obviamente hay otros gastos necesarios, desde las infraestructuras a la seguridad, la limpieza o el mantenimiento urbano, que se realizan en colaboración con las administraciones locales. Nadie va a protestar si ve que el dinero que le arrancan de su nómina cada mes va destinado clara y justificadamente a hospitales, colegios, universidades, carreteras o camiones de basura. O cualquier otro servicio básico que se le ocurra. Pero sin duda hay muchísimo gasto superfluo perfectamente prescindible que es el que ahoga a la clase media de este país. En el tema de la corrupción ni entramos, porque entonces nos tiramos por los bloques. Y por supuesto, si alguien decide acudir a la sanidad, a la educación, al transporte o a la vigilancia privada, es muy libre de hacerlo. Sin que ningún perroflauta –ya no se usa esta palabra, una lástima, porque es muy descriptiva– le tache de facha o cualquier memez similar. Es más, la colaboración público-privada es fundamental para el buen funcionamiento de la sociedad. Siempre lo ha sido, aunque a la izquierda se le llene la boca con el concepto de público.

Público, no le quepa la menor duda, es sinónimo de sablazo. No hay nada más caro que lo público, sobre todo cuando es un gasto con un fin claramente político y electoralista. La carrera universitaria de su hijo, bien. El tratamiento contra el cáncer de su padre, bien. La vía férrea para unir su provincia con el resto de España, bien. Casi todo lo demás, discutible. El dinero que genera cada cual, que lo gestione cada cual. Una cosa sí. El primer paso para que toda esta lógica se imponga no lo tienen que dar las administraciones públicas, sino las empresas privadas. Responsabilidad social corporativa se llama. Las compañías, sobre todo las más grandes, tienen el deber de contribuir al crecimiento y desarrollo de la sociedad en la que operan. Empezando por el buen trato a sus propios empleados. No pueden dar motivos ni excusas a los gobiernos para que justifiquen su continúo afán intervencionista.

Y después de toda esta parrafada infumable, a lo que vamos. A los turistas que vengan a Cádiz hay que cobrarles una tasa sí o sí. Dos euros, tres euros, cinco, ya veremos. Pero algo. Cada año son más y generan una serie de gastos evidentes. Y antes de que se lo quiten a usted o a mí de su bolsillo, como ocurre ahora –somos poco más de cien mil gaditanos los que pagamos la limpieza y resto de servicios necesarios para atender a millones de visitantes al año– que lo paguen ellos. No lo llame tasa, ni impuesto. Llámelo si quiere gasto de gestión por las molestias ocasionadas. Pero páguese. Que al fin y al cabo el turismo, que se sepa, no es una necesidad básica. Aunque por lo visto para las nuevas generaciones sí, que prefieren irse de vacaciones cada año a un destino distinto que tener niños. Así están los índices de natalidad. Por los suelos. Pero ese es otro tema, que da para otra parrafada filosófica de andar por casa como la de hoy. Eso será otro día. Hoy a lo que vamos. ¿Tasa turística en Cádiz? (O como lo queramos llamar). Por supuesto que sí.

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