SIN ACRITUD

No es magia, es un atraco

El intento del Gobierno de convencernos de la bondad de freírnos a impuestos es una oda a la demagogia; nos quitan el pan y nos dicen tontos, todo en uno

A este paso, cualquier día el Gobierno reinstaura el derecho de pernada. Ya sabe, aquella potestad que tenían los señores feudales de la Europa medieval por la que podían acostarse con cualquier doncella que fuera a contraer matrimonio en sus tierras con uno de sus ... siervos. De hecho, muchos siglos antes, aquí en Cádiz –cuando aún éramos la Gades romana– ya teníamos un templo en homenaje a la diosa fenicia Astarté. Una diosa que era símbolo de la sexualidad y en cuyo nombre se permitía que todos los invitados a una boda yacieran con la novia. Lo mío es mío, lo tuyo es mío también. Y tu mujer, para qué te cuento. Esa ha sido siempre una de las máximas de cualquier oligarca. De cualquier dictador. Apoderarse de todo. Se empieza por el dinero y se acaba por la carne.

Salvando las distancias y obviando la parte caricaturesca –o no tanto– eso es exactamente lo que está haciendo nuestro actual Gobierno. De momento lleva años esquilmándonos el bolsillo de forma impúdica. Recaudando impuestos como jamás –literalmente jamás– lo había hecho antes a lo largo de la historia ningún otro Gobierno. Nunca un trabajador, desde luego nunca desde los tiempos de la Transición, tuvo menos poder adquisitivo que ahora. Para gozo de los ministerios de Hacienda y de la Seguridad Social.

Tampoco vamos a ponernos trágicos. Ciertamente en España tenemos una sanidad pública que, cuando vienen mal dadas, responde. Ya quisieran otros países que nos ganan de largo en potencial económico. Otra cosa es la gestión del día a día, la atención primaria, que necesita sin duda más y mejores recursos. La educación llega literalmente a todos los niños, bien sea pública o concertada. Estos dos pilares, con matices, están bien asentados. Pero a partir de ahí todo es muy mejorable. Las infraestructuras, sin ir más lejos. Nuestros trenes de alta velocidad, otrora orgullo de cualquier español, son hoy día un completo desastre.

Lo que es evidente es que Pedro Sánchez no ha mejorado en nada la vida de los españoles, por más medallas que trate de ponerse y más veces que lo repita. Pagar el autobús a los jóvenes no es mejorar nuestra calidad de vida. Porque la gestión no está, ni de lejos, entre sus prioridades. A día de hoy, la mayor parte de su tiempo la emplea en dos cosas. Por un lado tratar de combatir por cualquier medio el asedio judicial al que está sometido –casos Begoña, Koldo o el del hermano– y por otro contentar a sus exigentes y variopintos socios parlamentarios para mantenerse en el poder. En ambos casos utilizando y prostituyendo las instituciones, sobre todo las judiciales, en beneficio de su causa. Hacer política, mejorar nuestra cada vez más pobre calidad de vida, es tema menor tanto para él como para sus ministros. Sin embargo, siguen friéndonos a impuestos tanto a los trabajadores como a las empresas. La polémica con Muface o la más reciente con Ryanair son dos ejemplos palmarios. Tanto a las aseguradoras como a la aerolínea les quieren subir los impuestos. Les van a subir los impuestos. Y eso sólo tiene dos caminos. O las empresas renuncian y se van o nos repercuten el sobrecoste a nosotros, pobres usuarios. Y lo mismo con los bancos. Y con todo aquel que gane más de 58.000 euros al año, que por lo visto es rico. Con esta política fiscal lo único que consiguen es asfixiar a la clase media, cada año más empobrecida.

Lo más gracioso del caso es que hay muchos que, en su sectarismo galopante, aún lo justifican. Les ríen la gracia cuando hacen un anuncio para la tele en el que tratan de convencernos de la bondad de freírnos a impuestos. Ese de «no es magia, son tus impuestos». Una auténtica oda a la demagogia. Nos quitan el pan y nos dicen tontos, todo en uno. Así empezó la decadencia de muchos imperios a lo largo de la historia. Primero esquilmando a sus súbditos y después imponiendo su absoluta falta de moral, de la que ya han dado también buenas muestras. A este paso, cualquier miembro del consejo de Ministros tendrá derecho a desflorar a nuestras mujeres. Y hombres. A nuestras hijas. E hijos. La ridícula corrección política que no falte. Y lo harán sin que abramos la boca. Porque nunca pasa nada.

De acuerdo, es un planteamiento grotesco. Demagógico. Caricaturesco. Cierto. Tanto como nuestro actual Gobierno.

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